Si Sánchez hubiera querido crear otra alternativa de gobierno, lo habría intentado
La gran ceremonia de la teatralidad cínica y de la pantomima hipócrita se ha consumado sin necesidad de esperar a los desenlaces finales. Tal y como era de esperar, el socialismo sanchista se ha comportado como se esperaba de él. El laboratorio ha dado lo que cualquier prescriptor con dos dedos de frente podía haber anunciado unas semanas atrás: Sánchez revive a Frankenstein. Y lo revive porque, indudablemente, es lo que le gusta, es lo que le pone, es el terreno en el que se mueve de manera más suelta. Sánchez ha escrito en Navarra un prólogo peligroso: permitir que sus siglas se entremezclen con el nacionalismo más reaccionario de España y que el invitado imprescindible sea el aplaudidor de terroristas y organizador de homenajes a asesinos que de forma más cruel ha envilecido la política española durante estos últimos años. La misma María Chivite que ha dedicado una legislatura a denostar las políticas expansivas vascas sobre Navarra, es la que ha propiciado que la presidencia de la cámara recaiga en un individuo que ha hecho su discurso de investidura exclusivamente en vascuence, consiguiendo que el ochenta y cinco por ciento de los navarros no entienda una palabra de lo que decía. La misma María Chivite que tanto ha combatido las bravatas de los bilduetarras (tal vez solo fuera con la boca pequeña) es la que ha permitido que Bildu tenga un lugar en la mesa parlamentaria. Evidentemente, de no haber querido Sánchez que ello fuera así, tal cosa no habría ocurrido. Pero Mister Fraude acaricia otros planes y esos pasan por ese entendimiento en la Comunidad Foral.
Pedro Sánchez quiere gobernar con quienes le auparon a la Presidencia de Gobierno mediante la moción de censura. No valen excusas. Quiere ser socio de Podemos, aunque no les otorgue ministerio alguno, y quiere ser socio de ERC y de Bildu. Y, por supuesto, de la derecha reaccionaria del PNV, ese espejismo que algunos cretinos de izquierda siguen creyendo que es progresista. La izquierda española de hogaño vive en una suerte de burbuja en la que ha impuesto unas reglas del todo curiosas: cualquiera es reo de entenderse con Vox, pero ellos no son objetables por entenderse con quienes apoyan a los asesinos de Hipercor. Si Sánchez hubiera querido crear otra alternativa de gobierno, lo habría intentado. Pero no lo ha hecho. El Rey le confió la investidura y el tipo entendió que los demás se la tenían que brindar como por ensalmo. Sánchez podía haberle ofrecido a PP y Cs un pacto indeterminado de gobierno o de investidura, tal y como hizo Rajoy en su día: esto te ofrezco y esto te pido, pactamos políticas y líneas rojas y me apoyáis en la investidura mediante vuestra abstención, olvidando, si es necesario, toda la fraseología del «no es no» con la que me hice célebre. Pero no lo ha hecho. Ha esperado a que no se diera la adhesión espontánea por su cara bonita y, después, se ha puesto a negociar con la escoria que le gusta: la extrema izquierda y los independentistas y proterroristas. De consumarse ello, el candidato deberá echar muy bien las cuentas ya que los socios que busca y que encuentra son más inestables que cualquier gas inflamable. Sánchez podrá superar el listón de la investidura, pero después tendrá que gobernar y con esa purria de compañía tendrá dificultad diaria con Bruselas o con el resto de la sociedad. Y España quedará lastrada por un Gobierno tan incompetente como inoperante.
Los peores presagios se cumplen y aquellos que demostraron tendencia contumaz al aventurerismo político van a obtener el botín esperado. Esa calamidad llamada Sánchez será presidente de nuevo y a todos nos quedará sólo la opción de resignarnos o de lamentar el tiempo que nos ha tocado vivir. Es lo que hay.