Con farsantes de este calibre, ni a recoger los restos del derrumbe
De la comparecencia de Sánchez ayer en el Congreso se desprende que el confinamiento se va a alargar, cosa que imaginábamos, y que está dispuesto a aceptar, gracias a su enorme magnanimidad, unos reinventados Pactos de Pleitesía de La Moncloa improvisados en un par de días. Entiendo que es excesivamente amable el PP cuando califica esa pretensión pactista con el término de «trampantojo»: de ese enorme embustero de Pedro Sánchez nadie en su sano juicio se puede fiar. Es, por decirlo de una forma cortés, un sediento de poder y un enfermo de la peor ambición, y ambas condiciones le inhabilitan para encabezar ningún tipo de acuerdo. Ni él ni sus socios de gobierno (que saben inteligentemente que un pacto transversal serio les convertiría en prescindibles) quieren otra cosa que manejar ese escenario con la única intención de poder acusar a Casado y a los inocentones de Ciudadanos de no querer acuerdos por el supuesto bien de España. La propuesta del líder socialista es tan fake como cada uno de los argumentos que maneja para justificar su pavorosa ineptitud. Cada uno puede perder el tiempo de la manera que prefiera, siempre que el que pierda sea el suyo, no el de todos los españoles.
¿Quién va a querer ningún tipo de pacto pronunciando discursos o escenificando intervenciones como las de ayer de Pedro Sánchez o de esa otra mediocre calamidad llamada Adriana Lastra? El socialismo español y sus entusiastas propagandistas difunden sin ningún tipo de rubor que la causa de que España sea el país del mundo con más muertos por millón de habitantes es culpa de esa monumental ficción convertida en lugar común que son «los recortes del PP». No de la imprevisión e improvisaciones del gobierno que está al frente de la administración de los asuntos corrientes del país: la gente se muere más que en cualquier otro lugar porque en tiempos de la derechona se hurtó dinero de la sanidad pública para organizar criminalmente la financiación irregular de los populares, como diría el cómplice vergonzoso José Ricardo de Prada, juez amiguete que propició la moción de censura. Poco importa que la sanidad esté transferida hace años a la Comunidades Autónomas y que la que, de manera más incisiva, recortara en gasto sanitario fuera la Andalucía socialista de los ERE cuando era gestora de la cosa la hoy ministra portavoz. Se ha instalado en el discurso público el argumento goebblesiano de los recortes y ahí se ha quedado, repetido por todos los loros pesebristas con manejo de portales digitales o presencia en tertulias de acomodo. Ciertamente admirable la eficacia de la fábrica de propaganda, todo sea dicho.
El sistema sanitario español ha respondido con más eficacia que en muchos países, gracias entre otras cosas a la entrega hasta el desfallecimiento de los profesionales que lo integran. El problema ha estado en la gestión de la salud pública, en la avalancha que provocó cada uno de los fallos que se produjeron a la hora de prevenir la enfermedad. No en que la salud fuera gestionada de forma privada en determinados hospitales de la Comunidad de Madrid, que en tiempos de Aguirre construyó una decena larga de hospitales. En consonancia con las pretensiones de Podemos, Sánchez (¡y hasta el mismísimo Borrell, menuda decepción!) encabeza la demonización del sector privado y la peligrosa senda de la estatalización de todos los resortes de prosperidad, que siempre han llegado del lado de los creadores de riqueza, nunca de los estados intervencionistas. Un gobierno que cree que siempre lo hará mejor que el sector libre y privado de la sociedad jamás puede encabezar ningún tipo de acuerdo en el que no cree ni por asomo. Los nuevos Pactos de La Moncloa no son sino la farsa con la que la historia tiende a repetirse. Con farsantes de este calibre, ni a recoger los restos del derrumbe.