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31 de mayo de 2019

La Navarra transitoria


La pieza soñada por el nacionalismo vasco

Convengamos en que no deja de ser un tanto anómalo, desde el punto de vista meramente semántico, que una disposición transitoria sea, de hecho, una disposición permanente. Cuando en aquellos añorados años en los que todos éramos más jóvenes se moldeó el texto constitucional que tanta virtud histórica nos ha proporcionado -a pesar del histerismo nervioso que muestran algunos mindundis políticos que aún no habían nacido-, los invertebrados equilibrios políticos llevaron a los ponentes a disponer que, de así quererlo los navarros, podrían integrarse en la preautonomía vasca que presidió en su momento el añorado Ramón Rubial. La decisión, que podía ser reversible, debía de tomarse en un referéndum que, solo se supone porque no está explicitado, se realizaría entre los censados en suelo navarro. A eso se le llamó, como digo, disposición transitoria y se le asignó el número cuatro, ya que hubo alguna otra. Eso quedó ahí y sigue siendo transitoria cuando ya han pasado más de cuarenta años y permanece como permanecen los atardeceres y la quiniela. Ni que decir tiene que el nacionalismo expansionista vasco, que lo hay -como el catalán-, agita cada vez que puede el articulado entre la tradicional respiración entrecortada de todo ansioso. Hoy en día, constituido un gobierno hace cuatro años de carácter entreguista y presidido por la indeseable Uxue Barco, vuelve a despertar de su sueño legal esa trasnochada disposición y vuelve a ser blandida por los socios de tal componenda gubernamental: Geroa Bai, Podemos, Bildu y tal y tal, todos ellos submarinos del nacionalismo etnicista vasco. Los resultados de las recientes elecciones han dado una victoria a la coalición Navarra Suma, de carácter constitucional, aunque no de forma absoluta, con lo que precisaría del apoyo del Partido Socialista navarro para poder desplazar a toda esa excrecencia y gobernar.

La pregunta se formula sola: ¿qué planes tienen los pupilos de Sánchez en Navarra? ¿Dejar gobernar a los que son, en teoría, constitucionalistas como ellos o sumarse a la sopa agria del submarino vasquista? Ciertamente el socialismo vasco ha amagado muchas veces apuntarse al lado oscuro, pero finalmente se ha comportado con lealtad a los intereses meramente navarros. Pero en esta ocasión anda Sánchez de por medio y, cómo olvidarlo, es capaz de amancebarse con quien haga falta para acariciar el poder. El PNV le ha amenazado con no apoyar su investidura si no propicia un gobierno partidario de la Transitoria Cuarta, disposición que quieren poner en marcha los Geroas y toda esa patulea, más allá de lo que supongan ochocientos años del Reino de Navarra y otras menudencias.

Navarra no es solo Navarra. Navarra es la pieza soñada por el nacionalismo vasco para establecer su mitología fantástica: la entidad primigenia para configurar su proyecto de Estado propio. Proyecto que tiene, de momento, un escollo y es que el 80% de los navarros se empeñan en seguir siendo navarros y solo navarros por más que esta banda que les ha gobernado durante los últimos y aciagos cuatro años quiera imponerles el vascuence, la ikurriña y suprimir los símbolos de la Comunidad Foral. La estrategia es semejante a la seguida en Cataluña: paciencia y escuela, idioma y discriminación, primero como amable insinuación y después como categórica imposición.

Diluir Navarra en la Comunidad Autónoma Vasca es la mejor manera de hacer que España deje de ser lo que conocemos, sueño que comparte, a lo que se ve y se escucha, el arco parlamentario que forman los mantenedores e impulsores de la moción de censura de Sánchez, PNV incluido, ese partido que se agazapa en su covacha y que, de forma recurrente, asoma la testuz para soltar su gañafón. ¿Habrán los constitucionalistas de apoyar la investidura de Sánchez para evitar que se forme en Navarra un gobierno entreguista? Esperemos que no haga falta llegar siquiera a planteárselo.

 


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