Tanto a Servini como a Delgado habrá que explicarles lo que supuso la Transición
Ayer testificó ante una juez argentina el exministro español Rodolfo Martín Villa. ¿Martín Villa? ¿El que fuera ministro de Adolfo Suárez? Sí, sí, ese. ¿Qué le dijo que fuera de interés a una magistrada de aquel país uno de los actores de la Transición española?: es lo de menos, no perdamos tiempo con iniciativas pintorescas o malintencionadas. Martín Villa no tiene por qué dar ningún tipo de explicación a una señora a la que no le va ni le viene nada de lo que ocurriera en España hace cuarenta y cinco años. Uno de los actores esenciales de la gran reconciliación española, en el invierno de sus días, no debería perder tiempo en contentar a una suerte de Bruja Lola con toga, hija del peor peronismo -si es que hay alguno bueno- y particularmente empeñada en pasar a la historia moderna de la justicia ridícula. Un proceso de Justicia Universal propio de la factoría Baltasar Garzón hizo posible que esta sujeta se permitiera el lujo de perder el tiempo en procesos absurdos e inútiles contra gestores españoles de los setenta. Como si no hubiera cosas que investigar en Argentina. En virtud de ello y de sendas querellas teledirigidas, Servini entendió que era asunto suyo lo que ocurrió en España hace tantos años como los que la mayoría de españoles no recuerda. Pretendía que Martín Villa acudiese a declarar a Buenos Aires con el fin de encarcelarlo preventivamente y pasar a la posteridad al modo garzoniano. El Covid impidió esa comparecencia que, al parecer, Martín Villa estaba dispuesto a protagonizar, que manda huevos. Pero sí ha querido comparecer telemáticamente, quizá con la idea de defender que la Transición española es uno de los pasajes más reivindicables de la historia contemporánea de los países de toda la vida, pasaje que bien habrían querido protagonizar tantos argentinos de ley y orden como existen en ese gran país.
Hasta ahí, no pasa de ser una extravagancia judicial de las muchas que todos los países viven con alguno de los chalados con toga que tienen que asumir. Tipos como Servini hay en todas partes. En España no costaría demasiado encontrarlos. El problema no está en la otra orilla. El problema reside en que aquí, en la Europa de las garantías y la supuesta seriedad, hay jueces que igual protegen a delincuentes como Puigdemont y toda su camada, como fiscales generales que se desentienden de los preceptos legales elementales y propician que un señor como Martín Villa tenga que perder el tiempo contestando a una boluda. Dolores Delgado, la servil y muy sectaria jefa de la fiscalía española (¿De quién depende la Fiscalía del Estado? Pues eso) avaló con un cambio de criterio muy inspirado en los tejemanejes de Baltasar Garzón, el Flash Gordon de la Justicia Universal, que el exministro del Interior fuera inquirido por Servini por hechos en cualquier caso prescritos, no comprobados y amparados por la ley de Amnistía que tantos asesinos sacó a la calle. Tanto a Servini, como por lo visto a Delgado, habrá que explicarles lo que supuso la Transición como ejercicio de reconciliación si es que su capacidad de comprensión alcanza matices de contexto histórico y lo que supone de absurdo que en Buenos Aires se juzguen supuestos delitos cometidos por españoles contra otros españoles en territorio español cuarenta años atrás. Delitos que, en el caso de ser ciertos, están prescritos y amnistiados.
Como es preceptivo, la banda podemita que conforma la mitad del Gobierno español ha salido en tromba a exigir no se sabe qué justicia pendiente. Unos y otros, Servini, Delgado, Iglesias y toda esa chusma conchuda, están viviendo su minuto de gloria, su pecho henchido ante los cretinos capaces de aplaudir desmanes y pérdidas de tiempo de gente que debería estar pendiente de los problemas de hogaño, no de la noche de los tiempos. Qué se le va a hacer.