Casado debe preguntarse si podrá ser presidente sin el apoyo de Vox
Poco antes de conocer la intervención de Abascal en la fallida moción de censura, quien más quien menos convenía que Casado era víctima de un achique de espacios que, inevitablemente, votara lo que votara, iba a causarle problemas. La moción no iba con él, pero él iba a pagar los platos rotos tanto diera el sí, el no o se abstuviera, ya que cada una de las alternativas dejaba huérfanos a algunos votantes populares. Pero, por esas cosas de la oportunidad política, la jugada podría haberle salido bien gracias al mucho terreno vacío que le dejó Abascal. Casado vio el hueco. «Leyó bien el partido», tal vez. Lo cambió todo: la verdadera moción fue la de Casado a Abascal. Veremos a qué precio.
El gobierno Frankenstein, Sánchez y sus socios, se colocaron y reafirmaron en sus generalidades de extremo, lo cual era lo previsto. Abascal, por su otro flanco, elaboró un discurso pasado de graduación, destinado a contentar a los más cafeteros, conteniendo verdades pero también algún desorden y no poca exageración estratégicamente inadecuada (¿qué sentido tenía lanzar andanadas contra una Unión Europea que es nuestro último paraguas para evitar que las huestes de Sánchez conviertan esto en Venezuela?). En ese momento Casado decidió ocupar todo el espacio que, involuntariamente quizás, le acababan de dejar libre. Aquí quepo yo, se dijo: todo el centro para mí, con permiso de Arrimadas que protagonizó, por cierto, una razonable intervención. Lucir moderación y vender centrismo pasaba, inevitablemente dicen muchos, por escarmentar a Vox, y a ello se lanzó con denuedo para sorpresa de los ponentes de la moción. Habrá que calibrar exactamente que precio tendrá ello, que alguno brotará en algún momento, pero Casado desbarató para un cierto tiempo la maniobra de que le comparen o equiparen a Vox. No está claro que ello sea definitivo ni que esa maniobra, expresada en los términos duros que hemos conocido, sea el empujón definitivo hacia la consolidación del voto de la gente de derechas, pero eso le ha valido hasta el aplauso de quienes jamás le votarán ni de los medios que jamás le apoyarán. No sé si así se ganan elecciones, pero sí imagino que le ha proporcionado el pequeño gran placer de surgir de este embrollo de censura como vencedor insospechado.
Ha sido una operación arriesgada, incluso audaz. Con ello, además de aplausos inesperados, ha conseguido achicarle espacios a su gran enemigo, que no es otro que Sánchez, el que iba a quedar como centrista exquisito y socialdemócrata (exactamente lo que no es) y que al final ha visto como otro le birlaba el centro y como él se retrataba con la purria de basura que le apoya. Casado ha dejado a Abascal con cara de perplejidad, en un rincón, después de una tunda que no esperaba y para la que no había preparado las correspondientes defensas. Claro está que no todo es tan bonito ni tan ideal.
A Sánchez no le interesaba este desmarque, es cierto, pero también lo es que esperaba cualquier gesto para poder exponer la retirada de su intentona totalitaria con el Poder Judicial después que le haya leído la cartilla hasta el Consejo de Europa. Desde aquí se le ha escuchado la respiración a fondo. Algo es algo, aunque a buen seguro haya trampa en el ofrecimiento. Pero la preocupación después del «Casadazo», y que habrá de tomar cuerpo cuando bajen de la nube, es saber si esta maniobra, además de reforzarle ante los medios, le reforzará también ante sus potenciales clientes. De acuerdo, no adelantemos acontecimientos: el desplome económico que se avecina puede cambiar muchas cosas, pero Casado debe preguntarse si podrá ser presidente sin el apoyo de Vox. Lo único evidente que queda tras el despeje es que el precio va a ser mucho más caro.