Sánchez ha decidido que todos los votos son iguales y que los de Bildu bien valen una misa
Otegui, el hombre de paz, lleva media vida hablando con los socialistas. Lo ha confesado él. Y es cierto. El bueno de Arnaldo se ha llevado comiendo, cenando, negociando, hablando y pactando media vida con Jesús Eguiguren, jefe de los socialistas guipuzcoanos. Cuando Rodríguez Zapatero accedió al poder, encargó a Eguiguren la labor de tomar la temperatura de ETA de cara a posteriores negociaciones que como tal se produjeron. Para Eguiguren -y para Zapatero- Otegui siempre fue un hombre al que asirse para establecer algún tipo de paz, ya que él estaba dispuesto a asumir incluso la prisión con tal de llegar a alguna forma de acuerdo final. De hecho, es cierto que Otegui se tragó años de cárcel por haber intentado rehacer Batasuna y que lo hizo en silencio, cosa que el Gobierno de España de aquel entonces valoró positivamente; pero también lo es que ningún intento de los que entonces comandaban la lucha antiterrorista logró que abjurara de sus quehaceres como valedor de criminales. Quizá consideraron que era más valioso como irredento que como arrepentido.
Como irredento podía dar pasos que no le admitirían los que seguían en el machito, en el negocio del secuestro o de la muerte. Lo cierto es que, una vez solventado su periodo carcelario, Otegui fue la pieza esencial de quienes creían que incorporando al sistema a los antiguos asesinos se conseguía, no siendo poco, que dejaran de matar y de existir. Bien, vale, fue una apuesta, como todas las que realizaron los diversos gobiernos que hubieron de enfrentarse a ETA; solo que una vez resuelto el tema del abandono de la «lucha armada», que dirían algunos curas vascos, había que ver qué relevancia se le daba a todos esos pájaros que seguían homenajeando a asesinos y celebrando excarcelaciones de criminales.
Podían haberse quedado ahí. En el Congreso siempre existirían cuatro o cinco primates que hablarían del cuento ese de Euskalherría y de su derecho a no se sabe qué. Una excentricidad pintoresca de la democracia española. Cada equis tiempo salen a la tribuna, dicen una gilipollez y se vuelven a casa. Pero todo eso ha sido válido hasta que sus votos han sido necesarios para un arribista sin prejuicios, para un codicioso gobernante sin principios al que le da igual ocho que ochenta con tal de mantenerse en el poder. En esta ocasión, completando su mapa Frankestein, Sánchez ha decidido que todos los votos son iguales y que los de Bildu, hayan sido lo que hayan sido Bildu, bien valen una misa.
A cambio de ese Sí a unos Presupuestos que Bildu ni se ha tomado la molestia en analizar, Sánchez sabe que deberá ofrecer algún gesto que a él, personalmente, le da igual cual sea. Una vez desista de pactar nada con Inés Arrimadas, que lo intenta con la pretensión de desenmascararle, continuará con aquellos a los que de verdad elige: separatistas, golpistas, valedores de terroristas y sus socios comunistas. Sánchez estará con quien quiere estar y a quien quiere ofrecerles su contrapartida: vótame y yo te blanqueo. Tú, conmigo, vas a liderar el Estado. Qué miedo.