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8 de junio de 2018

Y ahora, la realidad


Un gobierno competente -como en su conjunto parece el presente- necesita algo más que un menguado grupo parlamentario

Al gobierno guay de ministros y ministras le quedan unos días de felicidad, de autocomplacencia, de regodeo progre, de foto bonita, de compadreo y colegueo de formalismos de diseño. Está bien. Son tiempos de representación teatral, de fotografías efímeras, de traspasos de poderes muy «polites», muy elegantes, muy correctos, muy emotivos, muy de «buen rollo». Pero mañana viene la realidad, la crueldad de las cifras, aquello en lo que no influye el discurso feliz de quienes viven en un planeta de dibujos animados: mañana, una vez acabadas las luminarias de la toma de posesión y esa suerte de ceremonia de felicidad colectiva que es acceder de nuevas al poder, con la educación y cortesía propia de la gente civilizada, llegará la soledad. ¿Qué soledad?: la que sobreviene cuando tu tienes solo 84 diputados.

El Gobierno de Pedro Sánchez

Un gobierno competente -como en su conjunto parece el presente- necesita algo más que un menguado grupo parlamentario: necesita aliados, cómplices, colegas que permitan con su voto alcanzar la felicidad de la mayoría. No nos engañemos: eso no existe. La formación de un gobierno como el presente, confeccionado como si se hubiesen ganado las elecciones con mayoría suficiente, exige contar con no pocos apoyos parlamentarios, y, lamentablemente, solo existen en el cerebelo del deseo de quienes constituyen la fantasía monclovita. La luna de miel que se ha establecido entre administración y administrados, entre el poder y la opinión pública, tiene las horas contadas, tanto que a partir de ahora llegan las reclamaciones de quienes han encumbrado al gobierno a un presidente en minoría. Cierto es que ese presidente ha actuado como si no existiera la polarización de la política española, ha creado un gobierno solvente, con gente experimentada que podría votar buena parte del parque móvil votante español y sin las aristas que se le podían suponer a un individuo que ha hecho de la radicalización una constante inagotable. Pero no basta: curiosamente, uno de los mejores gobiernos de los últimos tiempos -Borrell, Calviño, Planas, Calvo, Valerio, Marlaska, Robles, etc- puede ser una víctima de la soledad más absoluta, sin más trascendencia que el aspecto meramente «cool» de su configuración. De Sánchez muchos esperaban una suerte de Frente Popular con superficialidad estética y con no pocas concesiones al populismo que le ha aupado a la presidencia del Gobierno. No ha sido así: el gobierno nombrado puede ser una excelente campaña de marketing, pero ha sido, también, un respiro para ganar tiempo y distraer los meses que restan antes de convocar elecciones. ¿Problema?: está solo.

El gobierno diseñado es mucho más próximo al anterior, al del PP, que a aquellos que le han permitido ser presidente. Ello le obliga a establecer políticas más cercanas a la oposición de Populares y Ciudadanos que a Podemos y demás. No sé si le van a permitir según qué cosas, pero la mayoría de decisiones deberán ser aprobadas por decreto o consensuadas con quienes pueden consensuar, que no serán ni Podemos ni independentistas y demás basura. Si la oposición quiere dejarles solos, su respiración será espasmódica, y su recorrido no alcanzará muchos meses. La única posibilidad de permanencia reside en la moderación, en no tocar demasiadas cosas de comer y en limitarse a declaraciones formales y cosméticas relacionadas con chorradas como la memoria histórica y otras tonterías. Olvídense de derogar la reforma laboral: habrá retoques superficiales pero poco más, y si no es así se equivocarán porque el muy sensible mercado laboral se resentirá y eso les pasará factura. Este es un gobierno nacido para no joder con la pelota y para iniciar la recuperación de la marca PSOE, que estaba muerta; una vez conseguido queda por delante la realidad, la agonía de una legislatura fallida a la que se le ha insuflado un chute de fantasía que, lamentablemente, tiene las horas contadas. En realidad, los escaños contados.

 


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