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3 de febrero de 2017

El tres per cent


Algo me dice, no obstante, que nada será suficiente para desmontar los idílicos y absurdos sueños de unos cuantos

HABÍAN transcurrido apenas un par de horas desde los registros y detenciones que practicó ayer la Guardia Civil en Barcelona y ya estaban manejando los de siempre el argumento de siempre: la persecución política. Las apuestas no dejaban lugar a dudas: cerca del cien por cien de los consultados estaban convencidos de que, desde el núcleo del prusés, convergente o no, se achacarían las diligencias ordenadas por el juez como una suerte de artimaña de Madrid para paralizar el paso alegre de la paz hacia la independencia de Cataluña. Sea cual sea la queja de los convergentes –y el indisimulado pitorreo en sus compañeros de viaje–, la detención de personajes como Cambra, Vives o Sánchez viene a complicar aún más el gólgota permanente en que se ha transformado el tránsito del partido creado por Pujol a través de las cenizas de su improbable renacimiento. Ahora hace doce años que Maragall dijo aquello del tres por ciento, y creo que ni él mismo pensaba en la contundencia de los pasos que ha ido dando la justicia: a algunos capitostes de CDC ya les han detenido hasta tres veces. ¡Quién iba a decir que caerían los Teyco, los Sumarroca, el Puerto de Barcelona, empresas constructoras de este o aquel túnel! Pues han caído y deberán dar explicaciones del secreto a voces que se pregonaba por las esquinas de la Cataluña oficial.

Y luego está lo del prusés. Dice la CUP que esto es una bofetada y dicen los demás que esto no significa traba alguna por más que esa sea la intención de quienes, por lo visto, han instado al juez de El Vendrell Josep María Bosch a tirar del ovillo de una denuncia interpuesta en Torredembarra. Déjense de tonterías: ante la sospechosa actuación de la Generalitat en la concesión de obra pública mediante la cual habría recibido grandes comisiones de diversas empresas afortunadas no hace falta coordinar ningún asalto al imposible proceso de independencia. Pero, más allá de eso: ¿de veras confían los catalanes en un paisito comandado por estos sacamantecas? ¿Tanta es su ensoñación como para confiar la construcción de esa República a tipos que sólo aspiran a amasar cantidades ingentes de dinero sin que nadie les controle? ¿Ni siquiera les mosquea que muestren una prisa nerviosísima por convocar su ridículo referéndum antes de que sea tarde?

Algo me dice, no obstante, que nada será suficiente para desmontar los idílicos y absurdos sueños de unos cuantos. Lo grave del caso reside en que gente supuestamente avisada y despierta crea a pies juntillas el cuento este de que Cataluña puede ser independiente después de que el poder autonómico, en clara violación de la ley, coloque unas urnas de cartón para que vayan a votar el treinta por ciento del censo y la mayoría de los mismos digan que quieren un Estado propio. Gentes con carreras y lecturas piensan que al día siguiente el presidente francés llamará al sandio de Romeva a preguntarle dónde le manda el embajador. O la Reina de Inglaterra. O Donald Trump; para luego, evidentemente, colgarle el teléfono. Hay que comprender a aquellos catalanes que crean estar viviendo un mal sueño: gentecilla de tan escasa altura política dirigiendo su Comunidad, concurso permanente para decidir quién dice la estupidez más grande, gentucilla de sandalia desmantelando el sistema desde dentro, corrupción institucionalizada en una podredumbre que alcanza cada metro de la Generalitat, advertencia de desestabilización permanente en esferas públicas y privadas…

Dicen, por fin, los afectados o sus más cercanos que la justicia no trata a todos con el mismo rasero. Ya. Pues entonces que se lo pregunten a Pujol. Ni él ni ninguno de sus hijos están entre los dieciocho detenidos que campean en el marcador (alguno ya en libertad). Esto, al parecer, es más cosa del Astut.

 


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