Los príncipes herederos de Europa las prefieren mortales, mondas, lirondas, atractivas y extrañas a la realeza. Así está la cosa. Haakon de Noruega casará este sábado entrante con una joven de su país que ha sido madre sin nupcias; Guillermo de Holanda lo hará, si la cosa no se tuerce, con una argentina, hija de padre de turbio pasado político, al que le han advertido que ni se le ocurra presentarse en la iglesia; los “Luxemburgo” -como digo yo que se les conocerá en la jerga palaciega europea- son ya una pareja real y Real, formada por un sangre azul y una cubana plebeya. Del Príncipe de Asturias sólo sabemos que se empeña en superar “pétreas” tradiciones relacionándose con una noruega ociosa. Es el signo de los tiempos, por lo que se ve.
Los noruegos parecen estar muy interesados en saber cómo encaja en nuestro país una muchacha transeúnte de sus pasarelas
Haakon, no obstante, ha tomado sus precauciones: Mette-Marit, su prometida, no tendrá derecho a nada en el caso de que su matrimonio fracase y deba salir de Palacio.
Lo hará con su hijo previo y con lo puesto, sin derecho a paga, sin tratamiento y, se supone, ante la mirada displicente del servicio. La monarquía noruega, a todo esto, ha bajado en los índices de aceptación en torno a diez puntos en la escala de cariño, lo que nos da a entender que estamos a las puertas de un verdadero cambio en las tradiciones reales de consecuencias aún no mesurables. No obstante, cada país es un mundo y cada pueblo ve a sus soberanos tal como le dan a entender su ritmo vital, sus costumbres y, por supuesto, sus expectativas políticas: lo cierto es que a los españoles nos importa bastante poco lo que haga Haakon Magnus porque, en el fondo, nos importa muy poco lo que pase en Noruega y en su monarquía, país del que solamente sabemos que hace mucho frío y que a la gente le gusta ir en bicicleta.
Un descrédito de la monarquía en Noruega tendría consecuencias relativas; un descrédito en España sería mucho más dramático
Los súbditos noruegos, en cambio, parecen estar muy interesados en saber cómo puede encajar en nuestro país una joven muchacha transeúnte de sus pasarelas y a la que le tiene echado el ojo el heredero de la reeditada corona hispana; aunque la diferencia estriba, principalmente, en que a los noruegos lo de cambiar la monarquía les parece mucho más complicado que seguir con ella y en este solar patrio hay muchos sedicentes esperando su oportunidad para echarle
el guante a la historia.
Un descrédito de la monarquía en Noruega tendría consecuencias relativas -y está por ver que las tenga el matrimonio de esta joven pareja que ya ha convivido amancebada-; un descrédito en España, por el contrario, tendría seguramente consecuencias mucho más dramáticas. Así que allá cada uno con su responsabilidad.