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22 de abril de 2004

Ana Botella y Sonsoles Espinosa


Decía Rafael El Gallo --y si no lo decía él, seguro que lo hubiera dicho si se lo hubieran preguntado-- que “ca uno es ca uno, y tiene sus caunás”. Osea, que todo bicho viviente es hijo de su madre y que en nada tienen por qué parecerse dos personas cualesquiera, como, por ejemplo, Ana Botella y Sonsoles Espinosa.

La una sale de palacio y la otra entra, y cada una dejará la personal impronta de su carácter o de su forma de ver las cosas: Ana asumió una vertiente pública para su papel de esposa del presidente y Sonsoles, por lo que parece, preferirá optar por lo exclusivamente protocolario, renunciando a una vida social concreta como la que desarrolló la esposa de Aznar.

En España no se contempla ni estatutaria ni oficialmente el papel de Primera Dama, que es algo que sí se observa en países con regímenes presidencialistas. De la Reina abajo, ninguna, para entendernos.

Sin embargo, la mujer del presidente del gobierno, que es quien tiene el poder efectivo en nuestro país, viene a ser una visualización más amable del entramado familiar que vive en Moncloa.

Carmen Romero optó por aparecer sólo cuando visitaba el país el emperador de turno o cuando había que salir de viaje de estado, y no siempre. Siguió con sus clases y luego, pasado el tiempo, se convirtió a la política presentando su candidatura por la provincia de Cádiz. Fue elegante y discreta, todo sea dicho, como también lo fueron las esposas de Suárez y de Calvo Sotelo.

Ana Botella rompió con la costumbre de situarse en planos ocultos y decidió legítimamente salir a la calle para desarrollar labores tanto sociales como benéficas. Incluso políticas. A no pocos, acostumbrados a otros modos de interpretar el papel de consorte, les sorprendió el paso dado, aunque no hubo de pasar mucho tiempo antes de que se acostumbraran.

Ahora, Sonsoles, que es soprano por afición y canta de vez en cuando en el coro del Teatro Real, deberá compartir el peso de la púrpura representativa --eso de dar la mano a la señora del presidente húngaro y acompañarla al Prado, si se tercia-- con su empeño personal en no ver afectada su vida cotidiana.

Lo tendrá mal, pero no le resultará imposible: al final, si uno quiere tozudamente vivir su vida, lo acaba consiguiendo. Los compañeros fotógrafos y redactores no lo van a tener tan fácil como con Ana Botella, que acostumbraba a abrir las puertas y a contestar a las preguntas: Si Sonsoles hasta ahora ha sido una tumba, nada hace pensar que vaya a cambiar de estrategia.

Nada de paseos por la arboleda perdida ni de puertas abiertas de palacio. Nada de niños en el jardín ni de declaraciones acerca de las problemáticas sociales. Ana Botella a su concejalía y Sonsoles Espinosa a sus cánticos. El que quiera verla abrir la boca, ya lo sabe, que se abone a la ópera.


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