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23 de enero de 2004

Marichalar y su cita con las rebajas


Una de las tomas clásicas del periodismo español es la que se obtiene situándose tras las puertas del gran almacén por excelencia justo en el instante en el que estas se abren el primer día de rebajas.

Un tropel de ciudadanos –más ciudadanas que ciudadanos--  asiste a la ceremonia de pugnar por ser el primero que pisa la tierra prometida de las oportunidades a mitad de precio: allí está la cámara para fotografiar o filmar a los mismos de cada año dándose codazos en la boca por tal de llegar antes al aparador correspondiente sin importar edad ni condición.

Es fácil observar a honrados pensionistas saltar con agilidad inusitadamente olímpica sobre amas de casa de carácter normalmente pacífico que ese día, no obstante, tornan sus maneras por las de un ejército de ocupación. Todo por el veinte por ciento. O el treinta, que ya no sé.

Dicen los expertos, en cambio, que el mejor momento para aprovechar las rebajas es hacia la mitad del mes de enero, que es cuando los comerciantes sacan de verdad lo interesante: así parece haberlo entendido Jaime de Marichalar, que ni corto ni perezoso se ha personado en el mismo trámite que los demás mortales y ha sido visto con la correspondiente bolsa camino de casa. Él también, con su gesto adusto, casi contrariado.

Si Marichalar va a las rebajas es que, entonces, las rebajas valen la pena: ¿qué habrá adquirido nuestro dandy?

Nos preguntamos con curiosidad malsana. A muchos nos gustaría meternos en la bolsa que porta en su mano izquierda y fisgonear en la ganga, porque ya se sabe que hay quien compra en las rebajas como una especie de ceremonia social, aunque no le sea preciso el pantalón de cuadros o el sujetador de encaje, y hay quien resulta ser un auténtico sabueso. Los que olisquean entre aparadores y levantan pilas y pilas de ropa hasta dar con el chollo saben lo que digo. También están aquellos que van de rebajas pero no a comercios de uso común, sino que encuentran ofertas en tiendas de lujo a las que usted y yo no estamos llamados:

Me conmueven los que en lugar de pagar medio millón de pesetas por dos corbatas consiguen adquirirlas por cuarenta mil duros antiguos y dan saltos de contento.

Las rebajas son como las luces de navidad o la paga de vacaciones: un hecho social inevitable que nos allana el camino a la felicidad parcial. Lo que une a esta señora que cada año entra la primera en El Corte Inglés con el yerno del Rey es lo que hace transitable este páramo de enero. Aunque una compre en la planta siete y el otro lo haga en tienda con moqueta de dos dedos. Y sigo preguntándome: ¿qué compró Marichalar?.


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