Está en un error aquél que piense que la mismísima Pantoja en persona va a estar recibiendo con mandil y espumadera a las puertas de su restaurante, en la Fuengirola de mi admirada Esperanza Oña. Una cosa es que lo auspicie ella y otra muy diferente que se ponga a sentar a los clientes, que les trinche personalmente el pavo y que salga de la cocina con manchas de aceite en la pechera y un plato de fritura en la mano.
Isabel promociona su negocio, brinda para el mismo uno de los nombres blasonados de su imperio y supervisa el alicatado de los cuartos de baño. No esperen ver tras la barra a su espigado Diego, que siempre parece salido de unas fiebres y de haber dado un estirón, o a su robusto hijo Francisco servir el vino por entre las mesas como el que remata un córner.
No esperen ver tras la barra a su espigado Diego, que siempre parece salido de unas fiebres y de haber dado un estirón
Por cierto, es Francisco. Me carga lo de Paquirrín. Nadie llame Paquirrín a este chaval. Se llama Francisco y es un muchacho educado, cariñoso y excelente.
Dar de comer es otra cosa. Para eso están los profesionales. Y luego estamos los que hacemos la crítica gastronómica, que normalmente somos una pandilla de pedantes y relamidos, dispuestos a bebernos la bodega. Como buen gastrónomo, por lo tanto un poco cuentista, espero siempre a haber probado el bocado antes de hablar. Subrayo, eso sí, que estoy harto de no encontrar tradición en muchos de los imitadores de la cocina moderna y de que cada día sea más difícil comerse una buena berza.
Veremos cómo lo hace Isabel. O lleva a los fogones la cocina de su madre, que nunca me ha hecho de comer pero que debe ser de rechupete, como la de todas las abuelas, o se dedica a salir del paso con cuatro espaguetis y dos pescaos fritos con más harina de la cuenta. Yo le deseo lo mejor y le aventuro más de un dolor de cabeza, que lo de la restauración es esclavo e ingrato: al cliente le gusta que el dueño esté al frente las veinticuatro, que le atienda y que le pregunté si le ha gustado la cena.
Yo le deseo lo mejor a Isabel y le aventuro más de un dolor de cabeza, que lo de la restauración es esclavo e ingrato
En un par de semanas tengo que llegarme a Fuengirola a mis cosas, así que me presento en “Cantora”, saboreo la carta y luego se lo cuento a ustedes. Lo mejor que puede pasar es que den de comer magníficamente, que lo del morbo de ir al restaurante de Isabel Pantoja se pasa en cuatro días y luego sólo llenas si sirves comida de primera división. Suerte, Isabel, y vete enfriándome la manzanilla.