¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar?, se pregunta Lobo Antunes en su última joya novelada. «Veo entre la tormenta los caballos negros de la tragedia» le dijo Lola Flores a Manolo Caracol el día que presentía que Manolete se iba a convertir en bronce perpetuo. Son los caballos de la desgracia, de la desventura, de la contrariedad. Los que hoy cabalga la resignada ciudadanía española, absorta, perpleja y desorientada. Sabe que le espera un escenario áspero y tan sumamente adverso ante el cual sólo queda resignarse y confiar en que los gestores de la fortuna acierten con la tecla. La luz subirá un cinco o seis por ciento, la gasolina verá romper nuevos límites y los impuestos especiales sobre vicios y caprichos —si es que tabaco y alcohol pueden definirse sólo así— notarán en sus dígitos el fenómeno físico de la espuma de la leche cuando hierve. Todo apunta a un escenario inflacionista y a una rabieta del orden de «con todo esto yo no puedo». Si además es usted catalán, observará que la crudeza se hace carne en los habitantes del principado: los impuestos más altos de Europa, el copago-repago institucionalizado, la tasa turística por narices, la sobretasa del agua y alguna que otra cosa más. Y la culpa no es de cómo está distribuido el esfuerzo fiscal en España: la culpa es de cómo dejaron las cifras los gobiernos tripartitos. Que no le engañen con cuentos soberanistas propios de Las Mil Y Una Noches: Cataluña está tiesa en virtud de cómo la han gobernado los catalanes, no de como lo han dispuesto el resto de los españoles; de la misma manera que Andalucía está a la cola de todos los indicadores sociales merced a cómo la han gobernado los políticos andaluces, no a los privilegios arancelarios catalanes, que ya está bien con el cuento de las deudas históricas. A Andalucía han llegado miles de millones en virtud de varios conceptos y resulta a todas luces evidente que no han sido exprimidos de forma satisfactoria.
Los dramáticos caballos de la austeridad, de los recortes, de la noche áspera y seca de la privación, cabalgan por las orillas del Estado de la Abundancia. Todo era mentira, todo era una exageración, una demasía. Nos tendremos que acostumbrar a vivir como deberíamos haber vivido. Tendremos que pagar parte del precio de las medicinas aquellos que disponemos de recursos para ello. Tendremos que pagar más por las transportes públicos, por la luz, por el agua. Tendremos que pagar más por pasar una noche de hotel en determinados enclaves. Tendremos que acostumbrarnos a no coger el coche y a dejarlo en un garaje de confianza mientras no podamos pagar las gasolinas cada día más caras, que si el Estrecho de Ormuz, que si la geopolítica traidora, que si los iraníes malasombras...
Pero nada es para siempre. Las reformas marianistas no tienen mal aspecto. Ni siquiera para miembros sensatos de la oposición socialista, que saben que muchas de las cosas decretadas hubieran sido dispuestas por ellos mismos en la caso de haber ganado. Si la inyección a proveedores, la reforma laboral y otras guasas funcionan mínimamente, 2013 puede ser un negativo de 2012, y aunque no se vea brotar el verde de las algas que traen los mares, los caballos negros de la tragedia pueden tornarse en los alazanes de la esperanza. Saldremos de este laberinto de la misma forma que salimos otras veces y que, al decir de Rajoy, volveremos a salir.
Sentencia Lobo Antunes que, una vez pasado su galope por la orilla, tu puedes eliminar las marcas pero no los caballos. No importa que así fuere. En tanto que seamos capaces de aliviar de nuestra playa las plagas bíblicas que parecen asolarnos, poco importa que los caballos negros de la tragedia se marchen en circular por diversas praderas de la vida: sabemos que volverán, pero ya será otro tiempo.