Creer que un simple proyecto educativo es un «ataque a Cataluña», es demostrar que el disparate no es sólo cosa de un club de fútbol
EL disparate en Cataluña alcanza registros difícilmente inalcanzables. Es sabido que siempre se puede pulverizar cualquier nota de ridículo y que todo actor de la «performance» catalana puede introducir algún elemento dialéctico o posicional que revolucione la escena en cuestión de segundos, pero los récords de estulticia a los que se ha llegado ya parecen insuperables. Después de la propuesta de ley que el ministro Wert puso sobre la mesa al objeto de mejorar la -de por sí- muy mejorable educación escolar en España, el vapuleado independentismo victimista catalán encontró una vía de aire con la que superar el tropezón del pasado día 25: Moisés y toda la pandilla de cuentistas que le acompañaba en la hazaña de cruzar el Mar Rojo de la independencia andaban renqueando tras el traspiés electoral y necesitaban un hierro al que agarrarse ante tanta zozobra. Lo encontraron en un texto en el que se dice que no se debe descuidar la enseñanza en castellano en las comunidades con dos lenguas oficiales y que es preceptivo velar por aquellas personas que opten por la lengua común como elemento vehicular de la enseñanza. Para qué queremos más. Poco menos que un ejército de indeseables españolistas pretendiendo dividir a la sociedad catalana y acosar de forma cuasi militar el bello idioma catalán.
La sociedad, en pie de guerra, en defensa de su derecho laminado: es como si, de pronto, el perverso e hirsuto Gobierno de España hubiese tratado de prohibir el uso cotidiano del catalán y procurase un catálogo de sanciones a quienes se atreviesen a musitar alguna frase en dicha lengua. Tanto es así que hasta un instrumento de la sociedad civil como el Fútbol Club Barcelona ha dado un paso al frente y se ha puesto al servicio de la sociedad para aquello en lo que pueda ser útil, desde un gol hasta un arrebato, se supone. Cualquiera que lea a medias la actualidad puede creer que, efectivamente, un ejército ocupante se apelotona en las fronteras regionales de Cataluña al efecto de invadirla y disolver en ácido cualquier muestra cultural de su pasado histórico; tanto así que hasta un equipo de fútbol se ha dispuesto a tomar su fusil para sumarse a las barricadas y formar parte de las leyendas futuras, que ya no serán sólo futbolisticas, sino también guerreras, bélicas, combativas. A ese observador recién llegado habría que explicarle que tan sólo se trata de adecuar la educación a las exigencias elementales de equidad y sensatez con la que se aborda el equilibrio lingüístico en todas aquellas comunidades mundiales en las que se manejan -mal que le pese a algunos- más de un idioma, pero de poco serviría si uno sólo atendiese a las barbaridades que dice la mayoría de actores de esta comedia bufa, desde un gobierno poco fino u oportuno hasta unas autoridades locales más cercanas a la paranoia que a otra cosa. Que un esbozo de ley se plantee como un ataque a Cataluña, a su sociedad civil a la que se pretendería dividir, a sus derechos fundamentales como pueblo, es una demasía a la que irresponsablemente se apunta el principal partido de la oposición, el cual, no sabiendo a qué agarrarse, comete un nuevo error de precipitación e irresponsabilidad. Este desastroso PSOE, esta lamentable izquierda oportunista, esta mediocre colección de miopes cortoplacistas, este conjunto de ignorantes a la búsqueda de un resquicio por el que colarse, este paquete de inútiles sin un atisbo de visión nacional de los problemas, acaba de dar una muestra más de la tontuna que le asola y que le condena a las arenas movedizas en las que se ahogan los simples. Creer que un simple proyecto educativo, con sus errores y sus aciertos, es un «ataque a Cataluña», es demostrar que el disparate no es sólo cosa de un club de fútbol que se cree avanzadilla militar de un pueblo acosado. Cuánta estupidez.