Error humano o error mecánico, no bastará a aquellos que pretendan dar lectura de rapiña al accidente
LAS primeras investigaciones para dictaminar la causa que ha provocado el espeluznante accidente ferroviario del miércoles apuntan a un fallo de balizas o a elementos relacionados con el control de velocidad a los que los trenes se ven sometidos desde el exterior. Es probable que en no demasiadas horas la conclusión sea definitiva y conozcamos qué ha podido desarmar el tránsito regular de un tren seguro y, de por sí, altamente fiable. Error humano o error mecánico, no bastará a aquellos que, desde la más miserable de las cargas políticas, pretendan dar lectura de rapiña al accidente. La tentación vive arriba y a determinados sujetos no se les descompone el gesto para encontrar en esta tragedia de Santiago un nuevo Prestige. No habían pasado un par de horas del fatal accidente y ya algunos olisqueadores de basura empezaban a aventurar una relación directa entre el accidente y los «recortes» en inversión que el gobierno ha puesto en práctica en todos los ministerios. Una socialista de medio pelo, de la cuadrilla favorita de Tomás Gómez, una tal Martu Garrote, escribió en esa barra de bar que es Twitter un primer aldabonazo relacionando los recortes con el accidente, con los fallecidos, entre ellos el inolvidable Enrique Beotas, con quien tantas horas de radio y toros nos han unido a sus compañeros de profesión. Por fin el gobierno tiene muertos que adjudicarle. Al poco, y viendo la reacción contraria que habían producido sus palabras, la misma sujeta que también escribió en su día que los rojos habían matado pocos curas en la guerra y sus aledaños, retiró el comentario para evitar «insultos y amenazas», no por ningún examen de conciencia. De la misma manera, comentaristas de periódicos venidos a menos y convertidos en panfletos, siguieron la senda. Hasta algún juez con efervescencia antisistema y problemas con su propia casta jurídica ha elaborado juicios acusatorios contra las políticas del gobierno Rajoy. Los muertos, pues, son consecuencia de la política restrictiva de quien llegó a la gobernación del país hace año y medio y se encontró con lo que se encontró. Poco importan los detalles del accidente y las conclusiones a las que se llegue dentro de unos días, acaso de unas horas. Cuando un capitán griego y un armador ruso dejaron a su suerte a un viejo cascarón lleno de alquitrán frente a la costa de la muerte de Galicia, muchos decidieron que no iban a perder la oportunidad de culpar a la maldita y sebosa derecha española de cada gota de petróleo gomoso que llegara a las playas. Una marea de voluntarios ayudó a su limpieza y otra pequeña marea de sinvergüenzas quiso extraer petróleo político del desastre. Lo consiguieron, ciertamente; ayudados también por la falta de inmediatez de reacción de los responsables, los cuales, no obstante, urdieron un plan de compensaciones a los afectados que cubrieron con creces sus destrozos.
En esta ocasión habrá que ver por dónde salen los mismos profesionales de la inculpación de causas generales: habrá que ver, digo, quiénes y de qué forma urdirán el nuevo «Nunca Mais» con el que agitar los mares internos de Galicia. Ochenta muertos son muy tentadores para algunos: dejarlos escapar es dejar pasar una oportunidad de culpar universalmente al gobierno de Rajoy de abandono de la protección a los españoles mediante su manía perversa de no gastar más de lo que se tiene. Ochenta muertos es una tentación demasiado evidente para el manejo de la peor demagogia, de la peor bilis política, del odio partidista, del ejercicio rastrero del oportunismo. A muchos de los que hoy se lamentan de las muertes les causa mucha más alteración de sus ansias la posibilidad de manejar en su provecho una tragedia que la pena y el inconsolable dolor que sienten ochenta familias. Esto es así, qué se le va a hacer.