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21 de mayo de 2010

Cumbres borrascosas


¿SON las cumbres instrumentos válidos para los acuerdos internacionales entre diferentes países? ¿Transmiten algo más que la sensación de ser un congreso de especialistas de cirugía de cadera con menos intercambio de conocimientos y muchas más fotografías de familia? ¿Tiene algún tipo de trascendencia el acuerdo tipo que firman los dirigentes poco antes de volver a sus palacetes en el que suelen expeler humo buenista lleno de gerundios y fraseología de tenderete?
 
La última cumbre que llevarnos a la boca se ha materializado en España en el marco de la pronto concluyente Presidencia Europea y ha conseguido reunir en Madrid a lo mejorcito de Iberoamérica y a lo regularcito de Europa, ya que los grandes dirigentes europeos, y no todos, sólo asistieron a la cena inaugural o a la foto final.
 
En cambio desde el continente americano llegó lo más granado de sus gobiernos, excepción hecha de Chávez, Ortega y Castro, lo cual, viendo la catadura de semejantes animales, no parece que haya sido una mala noticia. El Gobierno español presume de haber avanzado sensiblemente en diversos aspectos comerciales nunca antes obtenidos en cumbres de este cariz; tiene razón al argumentar que el acuerdo de la UE con Mercosur ha significado la reanudación de un proceso paralizado hacía meses, pero evita reconocer que el acuerdo no es del gusto de algunos países que, como Francia, Austria, Irlanda, creen que desestabilizará el sector agropecuario europeo; también tiene razones para estar satisfechos con los acuerdos de libre comercio con Centroamérica y con algunos países andinos. Pero, con todo, esta cumbre que suponía la última cohetería de la Presidencia española, no pasará a la historia diplomática europea por ser la de los grandes avances políticos conseguidos mediante negociación con un bloque iberoamericano literalmente roto.
 
Sí quedará, en cambio, como la cumbre en que la inusitada sinvergonzonería de Evo Morales rompió en hilarante paranoia al acusar al Partido Popular de instigar un golpe de estado en su contra. A Evo Morales, por cierto, nadie le paró los pies de forma medianamente contundente. Si hubiera hecho eso mismo en Francia, por ejemplo, tengo por cierto que se hubiese llevado algún rapapolvo.
 
Quedará esta cumbre como aquella en la que un par de insolventes vinieron a insultarnos mientras los anfitriones dibujaban en su rostro esa sonrisa boba que ya forma parte de nuestras tradiciones de hogaño. Resulta cuando menos pintoresco que una sujeta de la catadura política de Cristina Fernández se permita el lujo de difamar al más alto Tribunal español sin que nadie, desde cualquier esfera del Estado, le haga ver que su comportamiento es más propio de una sujeta grosera y absurda que de una estadista medianamente homologable.
 
Quedará como la cumbre en la que la estrella paralela ha sido el juez Garzón, al que han insistido en visitar, como en un besahuevos, algunos de los participantes, lo cual le da un aire a la misma ciertamente tercermundista, y quedará como la cumbre borrascosa en la que, más allá de no fortalecer en exceso la menguada fuerza internacional de España, el propio convocante la contraprograma anunciando una subida de impuestos de imprevisible alcance, contradiciendo a su propia vicepresidenta y a alguno de sus ministros (fiel a la tradición de improvisación de este gobierno, vamos conociendo en tiempo real lo que se les va ocurriendo acerca de este y otras aspectos de la política económica y fiscal).
 
En pocas palabras: ha sido una cumbre con algunas nueces y con mucho ruido. Más de lo segundo que de lo primero, pero con resultados que no se habían obtenido en las seis anteriores, de ahí el respiro en el ámbito gubernamental. Se acaba la Presidencia y puede que en esos mismos ámbitos se desee tener manos libres para ocuparse de todo lo que está pendiente por hacer en política interna. Entre otras cosas, algún reajuste ministerial.

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