Menos callar ante el avance de mediocres y más mostrar coraje ante la conjura de los necios
ADA es, en sí misma, el ardor. El ardor de no se sabe bien qué, pero el ardor. Ada es la causa. ¿Qué causa? Pues resulta difícil de definir o centrar, pero la causa permanente, porque las cosas siempre tienen causas permanentes, reivindicaciones constantes, luchas pendientes, metas por conseguir. Ya, sí, pero ¿qué fin perseguimos? Pues la felicidad colectiva, la seguridad permanente, la garantía constante... El nirvana que sólo un activista puede garantizar a sus conciudadanos.
En su reunión entusiástica con Artur Más, la alcaldesa de Barcelona por gracia de la izquierda municipal y universal ha afirmado estar con «el prusés». ¿Y qué es estar con «el prusés»? Sencillamente, no estar en contra de él. Estar con «el prusés» es estar en contra de la ley, a favor de la asonada histórica de unos cuantos y por la consecución de una serie de objetivos contraproducentes para la inmensa mayoría de ciudadanos de la ciudad que preside, o como se llame lo que hace. Colau es la síntesis perfecta de la modernidad catalana: una ignorante al frente de la maquinaria de una ciudad. Esa maquinaria debe solventar cuitas diarias particularmente complicadas, pero su ejecutoria se basa en la gestualidad, en ese altavoz mediático que garantiza retirar un busto del Rey aduciendo no sé sabe qué «sobrerrepresentación» por parte de un edil de acento porteño. La alcaldía de la ardorosa Colau, como la de otros ejemplos que la izquierda tonta ha conducido a los altares del éxito representativo, consiste básicamente en poner el lado bueno para la foto, en acentuar las aristas más provocadoras de su carácter para alimentar a unas bases necesitadas de ardor de estómago. Con semejantes preludios y con la infantilidad que achacar a la simpleza de su pensamiento, ¿cómo no prever que Ada va a apoyar este «prusés»? Lógicamente, apoyará este y los que se tercien siempre que comporten un desapego a las leyes que nos han traído hasta aquí.
Como bien me recordaba un amigo catalán que por estas calendas no sale de su asombro de viejo izquierdista responsable, «toda esta basura que maneja Mas y sus mariachis, no puede salir adelante por una sola y sencilla razón: no es legal». Puede que mi viejo amigo sea en exceso partidario de los órdenes establecidos, pero tiene razón. Sencillamente, ni es el momento, ni son las formas ni son las personas, como él dice. Pero contamos con lo que contamos, que es un mediocre con ansias de mesías en la Generalitat y una polvorilla absurda en la alcaldía de Barcelona. Lógicamente se reúnen, hablan de sueños baratos y prescinden de la legalidad porque la legalidad no es quién para desmontarles la barraca de feria en la que tienen puestas sus esperanzas de futuro. Mas sueña con que su foto presida las escuelas catalanas de los niños que estudien en la arcadia venidera, y Colau que su nombre figure en las guías que definan a Barcelona como la ciudad de los saltimbanquis y rastafaris. A uno y a otra la legalidad les importa poco porque la legalidad no se hizo para obstaculizar los sueños de aquellos que se creen que inspiran las aspiraciones de la mayoría.
Precisamente la mayoría, esos catalanes que aún se tienen por sensatos, deberían manifestar más claramente su desafección a estos aventureros en lugar de callarse como puertas. Todos los que encuentro y que afirman estar espeluznados con lo que les espera deben salir a la calle y decirle a los Mas y las Colaus que no se les ocurra jugar con sus vidas y sus haciendas, como tímidamente ha sugerido esta semana un grupo sectorial de empresarios. Menos callar ante el avance de mediocres y más mostrar coraje ante la conjura de los necios, ante el acuerdo indecoroso de individuos como esta pareja de somormujos.