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9 de septiembre de 2016

La olla socialista


 Como la andaluza, otras secciones territoriales del partido están dejando de disimular en público

UNA olla a punto de estallido. O no tanto. Si lo que quieren es que modere la imagen estoy dispuesto a cambiarla por la de una olla de caracoles, pero, eso sí, a mucha presión. Es lo que ahora se me antoja el PSOE, ese viejo partido de no sé cuántos años de honradez que tanto se parece a España y que hizo universales la sanidad y la educación y el futbolín y la tortilla poco hecha. El interior, la entraña misma de la organización, está sacudida por sospechas, inquinas, rencores, tirrias, presentimientos agoreros y las más contradictorias conjeturas.

El goteo de cuadros de diverso nivel que van dejando de confiar en Sánchez empieza a ser una lluvia constante, parecida a la que representaba la pérdida de militantes –la mitad– en los últimos tiempos de Rodríguez Zapatero (curiosamente, y eso habrá que hablarlo un día, a ZP le empiezan a abandonar los suyos cuando muestra su cara responsable y patriota, asumiendo él las políticas difíciles y abordando medidas duras pero imprescindibles para no hundir España en el fango de un rescate anunciado). Sánchez coquetea con una nueva investidura; no digo que claramente la lleve en la cabeza, digo que acaricia la idea y toca las teclas por si suena la melodía. A la par, la frondosa baronía socialista cree que les esconde algo y que no todo es la buena intención de «Político Responsable» con la que marca algunos teléfonos; no se fían, en una palabra.

Tanto en el sur como en el norte y parte del Levante consideran que la pretensión secreta de Sánchez supone meterse en un callejón sin salida: pactar –o conseguir algún tipo de anuencia– con Podemos y Ciudadanos a la vez es, sencillamente, imposible, y con 85 diputados no se puede gobernar, ni siquiera siendo un genio de las componendas.

Las tensiones son evidentes. Cuando Juan Cornejo, que es quien habla en nombre literal de Susana Díaz, afirmó de manera contundente que «no se puede engañar a la gente», estaba soltando un latigazo inmisericorde desde la Federación Andaluza al mismísimo secretario general. No dijo «confundir» ni «marear»; dijo «engañar», y eso en términos políticos es lenguaje bélico. Inusitado entre los socialistas, por demás. Ha sido la consecuencia del tiempo de silencio susanístico: ha inflado la boca y a la hora de soltar el aire ha salido de sopetón.

Como la andaluza, otras secciones territoriales del partido están dejando de disimular en público, de tal manera que lo que dicen en privado está empezando a tomar rumbo de luz colectiva. La «rondita» de contactos que ha comenzado Sánchez y que apenas ha significado mantener diez minutos telefónicos con Rajoy –en su tiempo «entrevistas prescindibles»– y llamadas a la pareja comunista a su izquierda, ha sido interpretada por muchos como un simple ejercicio de postureo dirigido a dar la impresión de que quiere evitar las terceras elecciones, pero, como decía más arriba, algunos de los que están dentro y suspiran por el momento en que puedan agradecerle sus servicios se malician que esconde algo y que alguna pretensión mayor anida en ese supuesto e inocente intento de desbloquear lo que él bloqueó. Y no están por consentírselo.

Sánchez no está solo, ni mucho menos, si acaso insuficientemente acompañado, pero quienes se enfrentan a él tienen el suficiente peso como para hacer dimitir a la mitad de la Ejecutiva y obligar a la creación de una gestora. Es un escenario extremo, pero no completamente descartable, sobre todo si se sigue recalentando el interior de la olla con mensajes internos de whatsapp de apoyo a Sánchez que algunos confunden con consignas de Ferraz. Procuren no distraer la atención de la pantalla: las gallegas y vascas pueden ser elecciones de derribo para los socialistas.

Adivinen a quién le pasarán la factura.

 


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