La extrema izquierda se frota las manos, ya que le ve la matrícula a Sánchez y quiere adelantarle, o gobernando con él o yendo a por su gaznate en nueva convocatoria
YA está dicho hasta por perifrástica: de las tres opciones que tiene el PSOE, la de pactar con Ciudadanos y con el PP –de una manera o de otra– es la menos mala. Las tres son malas, de acuerdo, pero las otras dos suponen navegar peligrosamente por la tragedia. Creo que eso lo ha dicho Felipe González: tiene razón, pero no fuerza. Pactar con Podemos es asegurarle al país una carrera de obstáculos en el momento en el que está recuperando el uso de las dos piernas, además de comportar el peligro de meter una cobra entre las sábanas de una difícil noche. Unas nuevas elecciones suponen, como le dijo Javier Fernández al Rey, ser borrados en determinados escenarios, como el asturiano, por ejemplo. La tercera escena comporta tragarse un sapo, pero estabiliza el país, puede dotarlo de una Ley de Educación consensuada, una Reforma Constitucional saludable y una estabilidad política imprescindible para el par de años que está pensado que dure. Pero Sánchez ha dicho demasiadas veces que no y lo ha hecho, además, de forma desabrida y maleducada, cual si la derecha democrática apestara.
Yo sé que algo apesta –el último pasaje de corrupción no ayuda precisamente a que sea fácil pactar con ellos–, pero solo Ciudadanos no tiene manchas de sudor en sus axilas: no han gobernado en ninguna parte y se sienten virginales. Ya veremos lo que tardan en dejar de serlo. El PSOE de Sánchez, que es el de todos, también tiene sus cadáveres a medio enterrar en el jardín. El PP de Rajoy es el de los recortes, como dice Schz, pero el socialismo de política bonita de ZP nos llevó a un déficit infernal y, finalmente, también a recortes severos incluso en las pensiones. Nadie está libre de ERE, vengo a decir. La teatralidad de ese «NO» sonoro y seco despierta sospechas en algunos, pero básicamente contrasta con la carita de arrobo que puso después de la humillación a la que le sometió Podemos el pasado viernes. Cuando Rajoy le ofrece apoyarle en ciudades y autonomías, Sánchez se siente ofendido, pero cuando Iglesias le perdona la vida y le confecciona un gobierno sólo responde con ironía blandengue de arrobado novio consentidor. Ahí, por el contrario, no ve ningún impedimento en que Podemos sea la criatura iraní y venezolana que las evidencias demuestran, o que propugne políticas incompatibles con Europa, o que defienda el troceamiento de la Nación mediante consultas o refrendos no contemplados por la ley.
La gran esperanza blanca y andaluza de la España menos aventurera, Susana Díaz, ya ha aclarado lo que quienes la conocemos venimos diciendo hace semanas: la presidenta de la Junta de Andalucía no ha estado jamás por pactar con el PP. Es cierto que tampoco a hacerlo con Podemos. Lo que deja un único camino abierto a nuevas elecciones –un pacto con C’s es inútil sin el concurso del PP– y que sea lo que Dios quiera. El Rey está pensando en ello como mal menor y sopesando si hacerlo mediante la muerte lenta de los plazos establecidos en las reglas o mediante una disolución por incomparecencia de los candidatos. Es una mala solución para casi todos, pero supone repartir de nuevo cartas. A ser posible, cuanto antes. La extrema izquierda se frota las manos, ya que le ve la matrícula a Sánchez y quiere adelantarle mediante cualquier sistema, gobernando con él o yendo a por su gaznate en nueva convocatoria. Y estos chicos –y chicas– parecen dispuestos inopinadamente a darle gusto. De ser así, lo del Pasok griego va a ser una broma de Halloween comparado con la noche de Viernes 13 que les espera. Algunos dentro del socialismo español lo ven, pero no están de moda o tienen menos fuerza que un muelle de guita. Qué se le va a hacer.