Aparte de los errores que pueda cometer, nada descartables, Sánchez ha acertado en dos nombres
Era hora de que Sánchez acertase. Un tipo, es sabido, no puede equivocarse todas las horas de todos los días, ni todos los días de todos los años: aunque sea por un fenómeno meramente casual, antes o después tiene que darle a la tecla adecuada. Al secretario general de los socialistas le venían afanando la merienda desde hacía bastantes días y muchos nos preguntábamos si este hombre estaba hecho de una horchata especialmente doliente. Cuando no era Pablo Iglesias encarrilando una abigarrada reata de cabras hacia su garaje, era cualquiera de sus barones despreciando con media boca su capacidad de liderazgo así pasase un par de meses; pero cada tarde tenía su afán y parecía que no había de llegar el día en el que el candidato socialista aportase algo más que un lamento o un desdén. Finalmente, Sánchez tomó la iniciativa, esa cosa que en política significa que no te madruguen las ideas y que no tengas que ir a remolque de las ocurrencias de los demás: aparte de los errores que pueda cometer, nada descartables, ha acertado en dos nombres, cosa que no puede decirse de la anterior confección de listas.
Borrell, hipotético ministro de Exteriores, es un Bien de Estado. A muchos puede no caerles bien: a unos por su aspecto algo jaimito y a otros por su incontestable resistencia a ciertos dogmatismos, pero debemos colegir que la suya es la figura de un tipo sólido, poco sobornable, ilustrado y dotado de una seriedad argumental poco corriente en estas calendas. No todo lo que dice tiene que ir a misa, evidentemente, pero es un sujeto de esos a los que el Estado le cabe en la cabeza, como se decía felizmente de diversos individuos del siglo anterior. No sé qué argumento le ha dado Pedro Sánchez para convencerle, pero si Borrell lo ha atendido y permite que se use su nombre como atractivo para captar votos, es que las razones han sido convincentes. La probabilidad de que represente los intereses del Gobierno de España en el exterior es exigua, pero no despreciable: Borrell sería aceptado por gobiernos comunes con el centro-derecha, cosa que desestima Sánchez (no, y mil veces no), pero no sería asimilable por los componentes de un pacto de izquierdas con Podemos e IU, a los que ha asaeteado severamente a lo largo de este tiempo reciente. Para los Iglesias y compañía, Borrell es un castuzo apestado que no ha dejado de humillarles intelectualmente así haya tenido ocasión. Pueden ponerse estupendos y hacer ver que están encantados, pero nunca le admitirán en su fiesta. Por demás, fue el propio PSOE el que le laminó, filtración a su periódico oficial mediante, cuando había sido elegido por la militancia, con lo que su rehabilitación no es baladí.
Margarita Robles es el segundo ofrecimiento. Es jurista íntegra y persona desprovista de urgencias políticas. Su responsabilidad al frente de la Seguridad del Estado en tiempos de Belloch podía ser contestada, pero nunca acusada de complicidad con los caminos torticeros de la época. Es rigurosa, poco dada a frivolidades y en absoluto sectaria. Sólo bebe Fanta, que es lo malo.