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31 de marzo de 2017

La movilidad del señor García


Que se preocupe el juez Castro de que la madre de Gregorio Ordóñez pueda viajar hasta la tumba de su hijo

CONMUEVE a cualquiera el carácter benevolente y bondadoso que exhibe el Estado español a la hora de reinsertar a sus ratas más abyectas. En todos los escalones jerárquicos y administrativos de nuestro engranaje, en todos, se encuentra algún alma progresista y comprensiva para con sus cavernas más letales, sea un presidente de Gobierno decidido a dialogar lo que haya que dialogar, sea un togado de espíritu buenista, sea un alcalde «dispuesto a tender puentes». Jopetas qué buenos somos.

El padre de García Gaztelu, el señor García, tiene muchos años, tantos como 88. Y yo le deseo personalmente que cumpla cuantos más pueda. Como parece lógico por la edad alcanzada, tiene ciertas limitaciones de movilidad. Viajar desde su población vasca hasta la cárcel de Huelva no es tan fácil como coger el matute y salir de paseo. Quien quiera verlo tendrá que acercarse a su domicilio y echar un rato al calor de la mesa camilla charlando de esto y aquello. Varios de sus familiares así lo hacen.

Menos uno: su hijo José Luis, al que siempre llamaron «Txapote» sus amigotes de correrías. Txapote está encerrado en una cárcel del sur de España por haber asesinado a varias personas a golpe de tiros en la nuca, a bocajarro. Blanco, Ordóñez, Múgica, Díaz, Buesa, De la Calle y varios más. Ignoro la educación que le dio el señor García a su hijo, y no le quiero hacer ni cómplice ni culpable de nada ya que hay veces, muchas, en que a padres intachables le crecen hijos de puta sin remedio posible.

De la misma forma que un hijo o un nieto no es responsable de lo que hicieron sus padres o abuelos, unos padres pueden ser inocentes de lo que hacen sus hijos. Incluso ser las primeras víctimas. Pero debe entender que su vástago esté penando cárcel. El hecho de que no pueda acercarse a diario a visitarle no debe ser objeto de la discusión: mucho más se tarda en superar la distancia sideral en términos de pena y desespero que produce una visita a las tumbas de tus seres queridos. Vuelvo al principio. 

Un comprensivo y humanísimo juez de vigilancia penitenciaria, José Luis Castro, ha dispuesto que, ya que la montaña octogenaria no puede acercarse a Mahoma, sea Mahoma el que sea acercado, mediante instrumentos públicos, coches, seguridad y demás panoplia, a ver a la montaña durante unos 45 minutos. Se le lleva de Huelva a Galdácano, se le deja en casa con el señor García, se pasa a por él en un rato y se vuelve al sur del sur. Y nada, a pasar los treinta años, más o menos, que le quedan en prisión; siempre, claro está, que no llegue al poder cualquiera de los partidarios de la política concreta de «Pelillos a La Mar», que los hay y van dando por ahí medida de su excrecencia, y lo manden al norte con una paga y un helado.

Los presos no tienen derecho a cumplir condena cerca de sus casas. De hecho, la política de dispersión ha resultado un instrumento valioso en la lucha contra el terrorismo. Los presos tienen derecho a permiso extraordinario en caso de fallecimiento de padres, no por movilidad reducida de éstos. Siendo el hijo de García quien es y representando lo que representa para esta basura colectiva, se debería ser mucho más prudente con ciertas prebendas o detalles humanitarios que resultan auténticas inmoralidades.

Que se preocupe el juez Castro, eslabón conmovedor de la cadena boba de España, de que la madre de Gregorio Ordóñez, con peor movilidad que el señor García, pueda viajar los más de 1.000 km que le separan de la tumba de su hijo. Que le ponga un coche y un par de enfermeros.

 


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