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16 de junio de 2017

Las varas de medir


La extrema izquierda es así. Que alguien nos proteja de esos tipos

ECOS de la Moción que ha mantenido en vilo a España, que ha paralizado mercados, que ha suspendido cotizaciones, que ha enfriado reactores, que ha vaciado quirófanos, que ha paralizado escuelas, que ha silenciado ciudades, que ha contenido respiraciones… que ha hecho posible el milagro callado de las calles en espera, de las masas agolpadas en las esquinas pendientes de los televisores, de los coches quietos en las autovías de la inquietud. Ecos que motivan algunas reflexión añadida a las que, de por sí, clavetean a la pareja actuante mediante los más crueles calificativos. Veamos.

De la manera y el fondo de lo expuesto por el postulante a Presidente y su Añadida queda poco por complementar. Ya se ha dicho lo elemental: matraca, monserga, infantilismo, mitin, soflama, oportunismo, sectarismo, autopropaganda, indefinición, brochazo, pirotecnia, farsa, burricie, filibusterismo, trivialidad y así. Pero queda, si me permiten, una última pincelada. Esa que tanta sorpresa produce –o no– por cómo se teatraliza la indignación a cuenta de una de esas cosas que no se le puede decir a la extrema izquierda, o a la izquierda en general, y que sin embargo, en virtud de sus superioridad moral, la izquierda puede manejar sin ningún tipo de pudor. Rafael Hernando, portavoz del Grupo Popular, al que el destino no le ha encargado ser una suerte de Amado Nervo parlamentario, introdujo un factor comparativo en el debate que le llevó a jugar con la distinta valoración de las intervenciones de esta pareja de cuentistas. Concluyó su invectiva, como es sabido, haciendo velada y sucinta referencia a la «relación» que pudieran mantener ambos y que podía ser interpretada de diversas maneras. ¡Para qué queremos más! Aspavientos, manotazos, pateos, respiraciones entrecortadas, lagrimitas de princesas indefensas… Los mismos que acababan de llamar criminales –sí, sí, criminales– a los miembros de un gobierno, amén de ladrones y otras lindezas más, se hacían los pobrecitos agredidos por haber pronunciado un portavoz contrario la palabra «relación». Ciertamente parecía el mismo teatro al que algunos futbolistas nos tienen acostumbrados en el área pequeña. Una portavoz chillona y vociferante puede ser protagonista de invectivas sin límite, en las que relata episodios ciertos, no todos, pero a los que añade calificativos de grueso calibre, y sin embargo se echa a lloriquear porque un miembro de la bancada opositora le mienta una palabra supuestamente prohibida y que hace referencia simplemente a una «relación». Sólo le faltó a Hernando manejar ese argumento haciendo ostentación de piernas abiertas en una simulación de viaje en metro. Con este simple ejemplo podemos hacernos una idea de lo que significaría para todos que este conglomerado de gritos y excrecencias alcanzase el gobierno de las cosas.

Hace no pocas semanas, en las afueras de un acto que protagonizaba el embajador de la Venezuela de Maduro en España, se congregaron no pocos opositores al efecto de protestar por lo que sabemos que significa el gobierno de esos desgraciados en aquél país. Dentro andaba un cretino de IU que lamentó que «ultraderechistas» impidiesen el desarrollo del acto y la evacuación de la sala. Alberto Garzón, ese fenómeno, escribió tuits acerca de la violencia terrorista de quienes protestaban contra los representantes de un gobierno cretino. Es decir, el mismo tonto que defendía, poco ha, la legitimidad de los escarches como último recurso de las «víctimas», lamentaba que en esta ocasión se lo hicieran a sus conmilitones. Si son ellos los que rodean y amenazan a la vicepresidenta del gobierno y a su hijo o a la presidenta de la Comunidad de Madrid es que se está desarrollando un derecho elemental; si se hace con ellos todo se reduce a un grupo de extrema derecha peligroso y profesional del terror.

La extrema izquierda es así. Que alguien nos proteja de esos tipos.

 


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