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5 de febrero de 2016

Mucho postureo


Olvídense de las negociaciones teatrales: Sánchez tiene acordado con Podemos mucho más de lo que aparenta el cuadro de doble fondo. 

Postureo estratégico. Mejor: postureo táctico, casi infantil. ¡Uno, dos, tres, cuatro… noventa! Eso es lo que hay. Noventa diputados. Y habla con todo desahogo de reforma constitucional, cuando cualquiera sabe que con eso no puede ni reformar el aseo de la sede sin contar con el concurso de mucha más gente. Gente que es, por cierto, del partido que desprecia, al que vilipendia, al que ignora, con el que no quiere ni siquiera tomar café.

Olvídense de las negociaciones teatrales que quiere escenificar: Pedro Sánchez tiene acordado con Podemos mucho más de lo que aparenta el cuadro de doble fondo que presenta a la sociedad política española. Esto es muy fácil: o con Iglesias o con Rivera. Con Rivera precisa el abandono voluntario del PP, que puede argumentar que quien debe abstenerse es quien perdió las elecciones, que es el PSOE, no quien las ganó, que son ellos. Es más, en un alarde de pillería, los populares pueden soltarse el moño populista y anunciar que quieren someter tal acuerdo a la aprobación de sus bases. ¿No lo pretende hacer Sánchez al objeto de secar a sus barones? Pues adelante la caballería. Que les pregunte el PP a sus militantes si quieren que, en nombre de la grandeza histórica y el sacrificio por España, su partido se abstenga para favorecer un gobierno socialista con los inmaculados Ciudadanos de Rivera. Se admiten apuestas sobre el resultado. Democracia directa, inmaculada, tan de moda.

Le queda Iglesias. Nombra un comité negociador con muchos nombres ligados a la historia reciente para calmar inquietudes en su partido, pero los acuerdos están ya hablados y pendientes de flecos. La gente de Podemos quiere, en primer lugar, fecha concreta para desarrollar una reforma constitucional que incorpore determinadas concesiones nominales a los grupos que conforman ese batiburrillo. Quiere también incluir una suerte de referéndum revocatorio chavista, es decir, que un determinado número de firmas de ciudadanos puedan levantar de su asiento a un ministro o a un presidente. Más o menos lo que contempló Chávez en Venezuela y olvidó, por supuesto, a los dos días de ocupar el poder. Democracia asamblearia en estado puro. Y otro de los flecos consiste en establecer un equilibrio en nombramientos de alta gama: si el ministro es socialista, el secretario de Estado es de Podemos, y viceversa. Así todos se controlan.

A buen seguro hay alguna diferencia más, pero estas tres están seguro entre ellas. Podemos se compromete a pastorear a los suyos, y el PSOE, a convencer a los nacionalistas vascos, que ahí andan callados, pero que no renuncian a lo que les es troncalmente esencial. Basta simplemente que los independentistas catalanes vayan a orinar en bloque el día de la votación y Sánchez tendrá las llaves de La Moncloa. No se sabe por cuánto tiempo, pero las tendrá.

El primer escenario se antoja improbable, ya que el PP promete aguantar las presiones que ya le anuncian desde no pocos foros políticos y periodísticos. El segundo es el factible, aunque Sánchez no se lo haya dicho al Rey, que supongo que no se chupa el dedo. En todo caso, ha surgido un contratiempo en forma de encuesta del CIS: hoy por hoy, de celebrarse elecciones, Podemos adelantaría al PSOE en votos contantes y sonantes, con lo que la tentación es demasiado grande. El PP, por su parte, ganaría muy poco, sin tener en cuenta el «efecto Valencia», que no ha sido contemplado en esta oleada, con lo que vaya usted a saber lo que se cuece en Génova.

Conviene hacer poco caso de los gestos grandilocuentes de estos días de hogaño. Las bases socialistas y las podemistas, dijo Sánchez, «no comprenderían que no nos entendiéramos». Y en ello está mucho más de lo que creemos. ¡Pero… uno, dos, tres, cuatro… Noventa! Poco pollo para tanta tropa.

 


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