El narrador de los aconteceres mexicanos durante los últimos cincuenta años
HA muerto, como saben, Jacobo Zabludovsky. Puede, en cambio, que no supieran bien quién era Jacobo Zabludovsky, la voz de México, el narrador de los aconteceres mexicanos durante los últimos cincuenta años. Simplemente Jacobo para los aztecas. Anduvo cerca de tres décadas dirigiendo y presentando en la Televisa de los Azcárraga el informativo más trascendental del país: 24 Horas. Entrevistó a todo lo entrevistable, narró todo lo narrable y creó una escuela de periodistas a los que educó desde los primeros pasos. Alguno de ellos, como Joaquín López Dóriga –nacido en Madrid, por cierto y causante en alguna medida de su salida de Televisa al haber sido designado responsable informativo en contra de la candidatura de su hijo Abraham– o Guillermo Ortega, son columnas dóricas del periodismo de ese apasionante país. En México siempre fue acusado por una parte de la opinión pública de ser vocero de la «dictadura perfecta», como calificaba Vargas Llosa al régimen del PRI, ese redivivo partido que puede ser a la vez revolucionario e institucional. Sea como fuere, el Jacobo de las enormes gafas cuadradas era una referencia americana de la comunicación, además de un caballero amable al más puro estilo mexicano del trato, esa elegancia y cortesía que igual se demuestra al cederte un asiento o al secuestrarte. Su nombre significa en el país norteamericano (conviene recordar que México está en América del Norte) una referencia algo más que sentimental, muy por encima de los que significaron grandes nombres de la comunicación televisiva y radiofónica como Luis Spota o Guillermo «Memo» Ochoa. Spota era un polifacético activísimo y murió poco antes del terremoto del 85 en el DF, aquél que transmitió en directo Ochoa en su programa matinal «Hoy Mismo» ya que la sacudida le sorprendió en directo, y seguro que hay videos por ahí confirmando lo dicho. Zabludovsky fue uno de los grandes narradores de aquella tragedia que tuvo su epicentro en el Pacífico, costas de Michoacán, y que tuvo especial relevancia en el Distrito federal, a pesar de la distancia, por aquello tan cantado de «México en una laguna».
Decenas de miles de personas perecieron y el DF parecía hundirse sobre sus cimientos de arcilla. Era presidente Miguel de La Madrid y la primera ocurrencia que tuvo fue declarar oficialmente que México rechazaba toda la ayuda exterior; cosa que no duró mucho ya que estuvo un avión de Cáritas Internacional sobrevolando la ciudad unas horas y finalmente fue admitido por las autoridades. Jacobo fue una de las almas, desde el inusual por entonces teléfono de su coche, del relato de aquellas horas. Como lo fue en sus peculiares entrevistas a todo lo que se movía en el país, desde Cantinflas a María Félix, desde un heladero de Chapultepec a un mariachi de Garibaldi, desde el Ché hasta el mismo Fidel entrando en La Habana con él.
Le conocí en el 79, allá en su distrito. Era yo un pollo pera al que le fascinaba la posibilidad de explorar las Américas y, gracias a Paco Palasí y Luis Ezquerra, me fue abierto el despacho del número dos de la Casa, Guillermo Cañedo, fundador entre otras cosas del Festival de la OTI, razón por la cual debe tener un puesto de preferencia en las tribunas de los cielos. Pero a quien quería conocer era a Jacobo, del que tanto hablaba Encarna Sánchez, que me dio una carta de presentación de puño y letra para Zabludovsky que empezaba con un amistoso «Querido Güero…». Debo decir que Jacobo tenía de Encarna la opinión que se tiene de los bulldozers: muy útiles siempre que no te pasen por encima. Me relató con admiración la trayectoria de la almeriense en México: «Oiga joven, esa mujer, Encarnita, armó aquí una gran escandalera». Dejó su palco privilegiado en Televisa pero siguió en todos los candeleros. Tenía 87 años y lamento su muerte. Descanse en paz.