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19 de diciembre de 2014

La caminata cubana


EN puridad, el Gobierno cubano no se ha comprometido a nada. A nada. Como si Raúl Castro hubiese dicho: «Mientras mi hermano y yo estemos aquí, olvidaos de que esto cambie». Y así es. la nueva guardia cubana, algo más evolucionada que los viejos revolucionarios convertidos en piedra, trata de urdir la trama administrativa que vaya a servir de suelo legal para establecer algún cambio futuro, pero ese intento no pasa de ser una cosmética de incierto resultado. Cuba no embrida ninguna cirugía reconstructiva porque los cirujanos son dos carcamales sin capacidad para manejar nuevas técnicas con que abordar los problemas. Que se resumen en uno: inutilidad del sistema para crear riqueza y repartirla. Y eso seguirá ocurriendo haya embajador estadounidense o no lo haya.

La medida anunciada por el «Santo Negro» y «El Chino» (como es conocido el pequeño de los Castro) es, indudablemente, un paso adelante, porque los tiempos cambian y las nubes se levantan y las cosas evolucionan aunque sea a paso de tortuga, y porque no es Cuba la única dictadura con la que mantienen relaciones los países homologables. Es un paso adelante porque, poco a poco, se desmonta un argumento tan retórico como reiterativo: el de que el «Bloqueo» norteamericano es el que impide el progreso cubano. Lo cual no es cierto. Cuba puede comerciar con quien quiera y comprar lo que necesite si tiene con qué pagarlo... pero eso no ocurre. Probablemente esto sirva para descabalgar esa palabra del argumentario progre del mundo y sustituirla por la realidad, esa que habrá de enfrentar a la sociedad cubana con su espejo, el de un sistema carcomido por la corrupción y la inoperancia, por la inutilidad de establecer políticas que permitan a los seres humanos emprender privadamente sus futuros y crecer personal y colectivamente. Y no va a servir, por el momento, para que la principal carencia de Cuba se solvente milagrosamente: la dictadura no va a dejar de serlo, las libertades seguirán pisoteadas y los derechos humanos van a seguir siendo un chiste.

Veremos como sortea Obama la oposición republicana mayoritaria en el Congreso para reducir la Ley Helms Burton a una página poco afortunada en la memoria política norteamericana. Antes o después será vencida por el peso de los días, la tendencia de las cosas. Y el «embargo» dejará de ser una excusa. Llegarán más remesas de dólares de cubanos en La Florida, más aviones con turistas dispuestos a dejarse algunos billetes en la carísima Habana y mejorarán las comunicaciones telefónicas. Pero no se liberalizará el acceso a internet. No se relajará la presión sobre las Damas de Blanco. No se permitirá la expresión libre de aquellos que difieran de las versiones oficiales a través de ningún medio de comunicación no oficial. O sea, que sí, pero que no.

Cuba entendió, eso sí, después del desplome de la Unión Soviética, que no se deben tener todos los huevos en la misma cesta. Y algo ha diversificado su dependencia. Porque Cuba, reconózcanlo sus fervorosos partidarios, es dependiente en todo, ya que es incapaz de producir nada que sirva para algo. Venezuela, su principal suministrador, se hunde en su paralela inoperancia y el Régimen, que es comunista pero no tonto, sabe que tendría que encender las lámparas con cerillas y mover los autobuses con saliva si la aportación petrolera se extinguiera. De ahí aprovechar la necesidad de Obama de escribir alguna página brillante para hacer ver que cede algo, aunque no ceda nada más allá de liberar algún preso. La libertad de la mayoría de presos, los de dentro y los de fuera de la cárcel, queda pendiente para más adelante, cuando la biología haga el trabajo que no han sabido hacer los embargos. Es un pequeño paso, indudablemente importante, pero queda una auténtica caminata. A ver qué cuenta el Granma ahora.

 


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