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25 de abril de 2014

El puente y el archipiélago


La SCC puede prestar apoyo y soporte a muchos que andan agazapados en el anonimato, en el discreto desencanto del silencio

NO es fácil hablar o dialogar con quien se pasa el día entero insistiendo en la matraca de una convocatoria ilegal de referéndum. Supongo que ese es el argumento principal de quienes asesoran a Mariano Rajoy o de quienes le ayudan a cuadrar su argumento. Tienen razón. Pero saben que hay que buscar determinada forma para que fluya algún intercambio de temperatura entre un Gobierno como el español y una Administración periférica como la catalana. A buen seguro la hay, pero no parece demasiado efectiva, a tenor de los desencuentros permanentes que se producen. Rajoy, que entiende que hay que intensificar la presencia del Ejecutivo en Cataluña, asistió al Foro de Marcas Renombradas media hora después de que se hubiera marchado Artur Mas.

Es el presidente de la Generalitat el que tiene que adaptarse a la horario del presidente del Gobierno, no al revés, pero por una cosa o por la otra se perdió una oportunidad para un mínimo intercambio de palabras y gestos que nunca resulta perjudicial si se trata de dos personas educadas. La dinámica catalana, como es sabido, se envenena por días: lo que empezó como una extravagancia de tipos del estilo de Carod Rovira (que fue el primero, hace años, de hablar de 2014 como cima de la escalada) ha llegado a ser un asunto de omnipresente actualidad que ocupa la totalidad de las agendas públicas de esta inverosímil Cataluña de hogaño. Todo, literalmente todo, se pasa por el tamiz de la consulta, que no es otro que el tamiz de la independencia. La visibilidad de aquellos que evangelizan acerca de los bienes de la misma es tal que prácticamente no quedan rincones en los que guarecerse, de tal modo que no pocos ciudadanos nada proclives a las aventuras secesionistas acaban preguntándose si es que no estarán equivocados. Incluso muchos de ellos se guarecen socialmente en una postura que les permite cierta supervivencia de cercanías, de círculos inmediatos: no soy independentista pero sí creo que se puede preguntar al pueblo por lo que quiere, ¿qué tiene de malo?

Precisamente para ellos nace Societat Civil Catalana. La trascendencia de su presentación en el Teatro Victoria es tal que por ello ha sido recibida con la consiguiente dosis de desprecio por todos los histéricos voceros y voceras del independentismo. La SCC puede prestar apoyo y soporte a muchos que andan agazapados en el anonimato, en el discreto desencanto del silencio. Es preciso que se evidencie que catalanes de todos los estratos sociales y profesionales, de todas las procedencias y edades, pueden caber en una organización transversal que no sienta temor alguno a manifestarse contra la todopoderosa y temida corriente imperante. Vengo diciendo hace años que en Cataluña no eras «cool» –algo así como «guay»– si no eras independentista. Esa afirmación ha quedado ya superada: puede afirmarse sin exagerar que en Cataluña eres una suerte de traidorzuelo si no eres independentista, y no digamos si lo proclamas sin ningún tipo de pudor ni temor. En un caso así debes pasarte el día argumentando la razón por la cual no eres lo que el establishment ha proclamado.

No les harán la vida fácil. No les invitarán a los domesticados y paniaguados medios de comunicación catalanes. No hablarán de ellos si no es para encontrar alguna fisura por la que meter navaja. Pero ello no ha de ser óbice para que sientan apoyados y respaldados por quienes piensan que se puede ser catalán y español y no estar loco. Y por el Gobierno y sus terminales, que sin injerir ni interferir puede beneficiarse de una plataforma educada y serena que ponga en práctica lo dicho al principio, acercamiento a las mayorías silenciosas, establecimiento de puentes entre los diversos islotes del desquiciado archipiélago catalán.


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