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7 de octubre de 2004

El precio de la boda de Norma


Casarse en segundas nupcias frisando los setenta años puede definirse, de momento, como contumacia. Hacerlo rondando los cincuenta, y con el anterior es, a poco que se observe, amor por las formalidades.

O por los formalismos. Ahora que ya se pueden casar los homosexuales y que se espera un aluvión de los mismos a la puerta de los juzgados para tirarse el arroz y entregar el ramo a un soltero o soltera, ver a dos adultos entregados al papeleo confirma que a mucha gente le gusta sentirse respaldado por la oficialidad. Frade y Norma, que sorprendieron a la afición poniéndose el mundo por montera y desmontando sus respectivas vidas para escenificar un repentino pero intenso enamoramiento, acaban de decirse “sí, quiero” para pasmo de propios y extraños, con los acaloramientos propios de estas cosas.


Este enlace demuestra que cuando uno quiere hacer algo sin que se entere nadie, puede hacerlo. Aquí, ni se enteraron los hijos de él


El discreto enlace demuestra que cuando uno quiere hacer algo sin que se entere nadie puede hacerlo: tiene que contar con cómplices, está claro, pero puede hacerlo. En esta ocasión no se enteraron ni los hijos de él, que ya es tener poca confianza en la familia.

Después de tórridos pasajes, propios de culebrón, con embarazo incluido, abandono y reencuentro posterior, la juez de Molina de Aragón, el pueblo en el que la vedette se empadronó hace dos meses, tuvo que encargar personalmente unas flores lilas, blancas y amarillas para que nadie se orientara de que allí se estaba cociendo una boda.


El casorio les obliga a distribuir su fortuna. La de ella no tiene importancia pero la de Frade puede verse repartida con su ex


Ambos, que, como digo, no son dos chiquillos, podrían vivir en el amancebamiento propio de la edad y conservar sus patrimonios. Pero el casorio los obliga a distribuir: la de ella no tiene importancia, pero la fortuna de Frade, que alcanza cifras suficientes como para que usted y yo tuviéramos pagada la luz de por vida, puede verse repartida con su ex mujer si prosperan las pretensiones de la abogada de ésta. No hay nada más fiero que una mujer despechada: si Adriana, la ex de Frade, se siente humillada, seguirá el ejemplo de otras mujeres que le sacaron a sus maridos hasta las propinas.

Pero puede que ello no le importe a ese productor caracterizado por ser tan poco amigo de la prensa, ya que, si se lió la manta a la cabeza para reverdecer viejos amoríos con Norma, tuvo que dar por hecho que eso tenía un precio. Un hombre acostumbrado a arriesgar su pastora, antes o después calcula lo que le cuesta el calentón. Si ha dado el paso es porque le compensa, con lo que no hay nada que añadir. Que sean felices, si acaso.
 


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