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11 de agosto de 2005

El Baile de la Rosa, un aquelarre social


Ese gran casino convertido en Principado de chiste y evasión que es Mónaco, vive, un año más, su gran aquelarre social, el Baile de la Rosa, del que tan sólo trasciende, fundamentalmente, el traje de una, la ausencia de otra, la tristeza de aquélla o la consabida soledad de éste.

Qué va a trascender si no.

El atasco de pijos, pretenciosos, ricos y condecorados que se forma en la entrada viene a ser la síntesis perfecta de la finca; su atracción informativa y la causa aparentemente benéfica de la misma hacen el resto.

A falta del hijo mulato de Albertito y de cualquiera de las modelos que aseguran haber tenido conocimiento carnal con él, la princesita Carlota es la gran atracción del momento.

Se dice que, en línea con la precocidad y diversidad marca de la casa, la joven muchacha estaría embarazada de un joven lacio con el que aparece hace tiempo no haciendo absolutamente nada, cosa habitual en su familia.

Desde los despachos del Principado no se confirma ese extremo, pero parece evidente que la muchacha espera una criatura a tenor de lo que interpretan los exegetas en gestos de la familia Grimaldi y sus distintas ramificaciones: el adolescente bobo que sale con ella le toca la tripita, luego es un gesto de ternura que implica que el feto crece; la parejita deja su barco anclado en Capri para hacer compras en las boutiques de moda, luego es que quieren celebrar su felicidad regalándose cosas carísimas.

La princesita, en cualquier caso, si no está embarazada es que tiene aerofagia, porque esas redondeces no son normales en chiquillas habitualmente lánguidas como ella.

A una princesita de 19 años, que no ha hecho nada en la vida y que, previsiblemente, no lo va a hacer siguiendo la tradición familiar, no le pega tener aerofagia, pues la naturaleza deja esas cosas para los barrios populares.

Y no siendo un atracón de fabada lo que permanece tras su ombligo, es fácil colegir –conociendo la facilidad familiar para juntar con éxito óvulos y espermatozoides– que una nueva vida pasta en sus entrañas.

Pobre Rainiero, que no va a conocer a ninguno de sus bisnietos.

Y no digamos la pobre Gracia, que ni siquiera tuvo el placer de conocer a los distintos novios de su hija Estefanía, tan acertada siempre en la elección.

Tal vez el viejo príncipe sí supo de la existencia del hijo de Albertito con la azafata de Togo y por ello retocó debidamente la Constitución para que sólo reinasen los que no padecen aerofagia.

Pero eso, como lo del embarazo de Carlotita, puede ser tema de conversación en el Baile de la Rosa, en el que, seguro, no van servir fabada por lo que pueda ser.

Con lo rica que está.


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