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2 de septiembre de 2004

Eugenia necesita unas vacaciones


 Uno lo entiende, qué decir. Uno entiende que haya desagradables situaciones personales que se vean agravadas por la trascendencia pública que adquieren y que provoquen, antes o después, situaciones de colapso y angustia.

Entiendo, claro, a Eugenia: convertirse en el centro de opinión veraniego por encima de asuntos de trascendencia real, de importancia cierta, y ver cómo la comidilla mediática se centra en su situación sentimental y en la de quien es el padre de su hija, acaba cortando el resuello y enviándole a uno a la camilla de un dispensario.

Pero este despropósito colectivo podría vivirse, me da la impresión, con un poco más de serenidad por parte de todos.

Todos los que conocen a la pareja y pertenecen al planeta periodístico manejaban estas informaciones con total naturalidad

La entrevista que publicó DIEZ MINUTOS, que ha convulsionado estos últimos días de verano, se ha tomado en el patio nacional como si de unas declaraciones mundiales y apocalípticas se tratasen, cuando no pasan de ser consideraciones personales de una particular que, por otra parte, eran conocimiento general.

Todos los que conocen a la pareja y pertenecen al planeta periodístico manejaban estas informaciones con toda naturalidad, debido principalmente a las confidencias naturales de los protagonistas y a la amistad mantenida después de muchos años entre ellos y miembros determinados de la grey.

Esos mensajes se colocaban en el aire abierto del conocimiento público y éste, el lector o el espectador, estaba más o menos al corriente del estado de las cosas.

No se puede hablar con todos porque corres el peligro de que alguien, legítimamente, considere tus palabras como una entrevista

Lo único que ha cambiado es el entrecomillado: en lugar de publicar la realidad a través del comentario de un periodista, se ha publicado en boca de la protagonista.

Ello, indudablemente, despierta reacciones exageradas, dimes y diretes en programas televisivos, como si no pasara nada más en el mundo, y eso hace que se pierdan los nervios. Yo también los perdería.

Yo también, aviso, me encararía con aquel que me acosara. Pero, antes o después, procuraría echarle un poco de serenidad y relativizarlo todo, considerando la situación como un calentón y aprendiendo que no se puede hablar con todo el mundo porque corres el peligro de que alguien no conocido considere tus palabras, legítimamente, como una entrevista y no como una confidencia para ser colocada en boca de otro.

Dicho lo cual, le aconsejo a Eugenia que se tome un tiempo lejos de sus parajes habituales. Unas vacaciones en un lugar que no tiene por qué conocer nadie servirán para que se calmen las cosas. Enfriemos el balón y serenemos el juego. Todos, evidentemente.
 


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