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28 de julio de 2005

Con las víctimas del fuego


Si se quema el monte es porque alguien antes ha prendido una cerilla.

No existe la combustión espontánea.

Sea de forma intencionada, sea producto de la negligencia, la mano del ser humano es responsable de que ardan miles de hectáreas ante la desesperante impotencia de quienes quieren sofocar las llamas y exponen su vida en el intento.

El incendio de Guadalajara ha servido para mostrar la ferocidad del fuego, la incompetencia de determinados responsables públicos y la entrega hasta la muerte de un número suficiente de voluntarios como para creer que no toda la sociedad está escondida en relativismos o abandonos.

Hay gente que no se desentiende de las cosas de todos, que lo deja todo y coge un azadón, una manguera, unas ramas, y se tira al monte, a ese que es de todos, dicen.

Doce mil hectáreas se han quemado en el Alto Tajo como consecuencia, al parecer, de unas brasas inoportunas y de una respuesta no ajustada a las urgencias del caso; en el ajetreo combustible, un retén de voluntarios falleció trágicamente al estar en el sitio equivocado en el momento indebido.

No se trató de ninguna imprudencia -lo peor que se le puede decir a alguien que se ha muerto es que, además, ha sido imprudente--, se trató de una desgracia.

Fueron devorados en cuestión de minutos sin poder reaccionar y hoy, desgraciadamente, son héroes de la memoria colectiva del país.

El funeral con el que se ha despedido a estos hombres y a esta mujer -cuyo novio, por cierto, no dejaron entrar a la ceremonia enfundado en su traje de faena contra el fuego, lo cual indica la miseria de algunos funcionarios– concitó la presencia de representantes políticos de todo el arco y contó con los Príncipes de Asturias en primera fila de deudos.

Están ahí porque tienen que estar.

Eso saben medirlo con mucho tacto aquellos que deciden dónde hay que estar y por qué.

Exige tiento, por otra parte: no hay palabras que consuelen a quienes han perdido a los suyos a destiempo y contrasangre, no hay más que una mirada, si acaso un gesto, el tacto sincero de quien quiere expresar la solidaridad vestido de negro.

Evidentemente, no se puede estar sólo para las fiestas de inauguración o para las clausuras de congresos o ferias.

El ser humano, cumbre de las cumbres, es lo primero: Felipe y Leticia ya cuentan en su ejecutoria con algún ejemplo de lo que es el difícil consuelo escénico de una presencia que se hace inobjetable y aconsejable.

Les deseo que no se hagan especialistas en ello, pero también que nunca se escondan, como no se esconden los Reyes, cuando el pueblo, la gente, los seres humanos, les precisan.

 


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