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17 de febrero de 2005

Por fin la familia aceptó


Esa “monarquía de madera oscura” que es la británica, de crecimiento lento como el del césped mil veces regado y mil veces cortado, resiste todos los embates a los que quiera someterle el destino.

Ha soportado monumentales acometidas históricas y no ha llegado ni a tambalearse.

A pesar de las diversas degeneraciones de la institución, los súbditos isleños parecen aceptar la idea de que su heredero va a casarse con la mujer que ama: ellos, la mayoría de los súbditos, siguen añorando a Diana y perseveran en la idea de que Camila ha sido una intrusa que ha invadido sus sueños de realeza ideal, pero entienden que debe regularizarse de alguna manera lo que es una vida común perfectamente instituida.

Podrán casarse. La ceremonia será civil y posteriormente bendecida por el arzobispo anglicano correspondiente.

¿Podrá Camila ser reina? No.

Será condesa, pero ni siquiera alcanzará la dignidad de Princesa de Gales.

Nada, monina: date con un canto en los dientes con que te haya aceptado la familia y dedícate a hacer feliz al hombre que podrá reinar el día que falte su madre, que, al paso que va, va a durar más que un martillo metido en manteca.

Parece, ciertamente, un acontecimiento. Y lo va a ser.

Basta ver lo que le dedicamos los medios de comunicación.

El 8 de abril se oficializará lo que empezó en aquellos años en los que ni la calva ni la arruga podían preverse.

Se hará firme aquel decir del príncipe: “Cuando presido un acto, cuando asisto a un desfile, cuando más alto y fuerte suenan los himnos, muchos me miran a mí… y yo estoy pensando en Camila”.

A ella, que tanto la han despreciado desde palacio hasta los arrabales, le parecerá mentira no tener que comer en mesa aparte cuando mamá invite a Buckingham, pero le pesará la sensación de que el fantasma de Diana, la tercera en la multitud de aquel matrimonio, rondará la fiesta.

De estar viva, andaría rondando con su presencia permanente en las portadas y cabeceras de los medios, pero, siendo pasado y ceniza, sólo cabe esperarla como esa impertinencia humedecida que es la
memoria.

Ella tenía un sitio reservado, a decir de sus millones de seguidores, a la derecha del trono: si la amante real quiere, podrá ocupar un corazón administrativo en los súbditos británicos, pero nunca el lugar dorado que esperaba a la muchacha de lacia mirada.

Esto es lo que hay. O lo que dicen las encuestas.

Larga vida a una monarquía que aguanta tirones.

Otras no habrían soportado abdicaciones por matrimonios con separadas y escándalos varios.

Pero vean de veras lo que ocurre: a los Windsor les ha llegado el tiempo de casarse por amor.

Bienvenidos al club.

 


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