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22 de diciembre de 2005

Victoria Adams contra Anita


Habitualmente se les atribuye a las pobres vendedoras de verdura un comportamiento de natural ordinario y vulgar.

Se da por hecho, y no sé bien por qué, que una verdulera dispone de una voz atronadora y que la utiliza para despellejar a cualquiera que se le cruce por delante, sin miramientos y sin consideración.

Que me perdonen, pues, las verduleras –al menos, las que yo conozco son unas señoras de pies a cabeza– pero deberé usar su símil para poner como hoja de perejil a la siempre vaporosa Victoria Adams, esposa de Beckam, que días atrás creyó estar voceando su mercancía en un mercado ruidoso cuando la cogió con Anita Obregón a cuenta de aún no sé bien qué.

La pija más pija de las pijas puede llegar a ser una ordinaria de tomo y lomo en cuanto le tocan “lo suyo”.

Parece que Victoria le achaca a Anita acercamientos indebidos a su esposo que no está dispuesta a consentir y que la coincidencia en ese gimnasio al que pienso apuntarme en cuanto acabe este artículo provocó que la inglesa sacase lo que lleva dentro de verdad, el barrio puro, y que le espetase una par de cosas repletas de crueldad.

Una de ellas, la de “pedazo de mierda”, Anita puede perdonarla, pero la otra, eso de “a ver si vistes más acorde a tu edad”, se le debe haber clavado tan adentro que no me extraña que haya puesto a trabajar a su abogado.

Nuestra querida “Barbie de geriátrico” como la ha llamado cruelmente el “Daily Mirror”, ya ha tenido que aguantar algún numerito de este tipo: recuerden los enganchones mediáticos con la excesiva Antonia Dell´Atte a cuenta de la titularidad de Lequio.

Ahora, por unas casualidades y encuentros entre David y Ana, va Victoria y se pone todo lo nerviosa que no se puso cuando hubo historias de verdad, es decir, cuando Rebeca Loss y otras hierbas preparaban el desayuno a dos manos, y le conmina a la madrileña a no “perseguir” a su marido.

Y lo hace en público y con más cara de mala leche de la que siempre luce, que es mucha.

Hubiera dado millones por presenciar la escena en la que una abominadora del ajo le increpa barbaridades a otra que le gusta estar en todos los ajos.

Mucha clase supuesta, mucha marca, pero sólo le faltó tirarse a la melena de Anita y pegarle tirones como en las peleas de expendedoras de verduras.

La educación, ya lo ves Victorita, no se consigue a base de talonario: es saber leerse un libro una vez en la vida y aprender algo con él, es saber adaptarse a la ciudad en la que vives y no soltar sapos de pija rica agilipollada como los que sueltas cuando abres la boca.


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