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Diez Minutos
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12 de agosto de 2004

«Rocío, ¡a seguir peleando!»


A la más grande había que operarla a lo grande: nada de tratamientos ambulatorios, nada de apósitos y gasas, nada de anestesia local y váyase tranquila a casa, señora, y mucha sopa y mucho arroz blanco que esto se pasa en dos días.

No; Rocío, si entra en un quirófano, entra para diez horas y sale como una rosa, que es como espero que esté ahora mismo.

 
La intervención ha sido de una envergadura tal que le habrán dejado las vías tan despejadas como las calles de Sevilla en agosto

 
Diez horas, diez, para desatascar ese conducto biliar que le hacía estar más amarilla que una china con fatiga. Por lo que intuimos todos, la intervención ha sido de una envergadura tal que le deben haber dejado las vías tan despejadas como las calles de Sevilla en una tarde calurosa de agosto, y su rostro, cansado de muchas cosas que la deberían tener más cansada de lo que está, no habrá de volver a aparecer con ese ictérico amarillo que da hasta mal fario de lo puro amarillo que es.

La verdad sea dicha, la Jurado ha tenido una salud resistente pero acosada. Como sabemos muchos de los que hemos trabajado con ella o hemos estado en muchas ocasiones a su lado, el gran talón de Aquiles de la muchacha de Chipiona es la alergia –creo que a los ácaros, pero no estoy seguro–, la cual le impide estar tranquila en una habitación en la que haya una simple moqueta, por limpia que esté, y hace que acabe con la cara más hinchada que si se hubiera peleado con el Tysson de los buenos tiempos. Por supuesto, más de una vez su trabajo ha sido víctima de este problema, menor si  se quiere, pero molesto e importuno, y ha tenido que retrasar una actuación o una intervención en televisión.

Parece que también tiene problemas con el azúcar y algún que otro achaque vírico; nada, comparado con este trallazo en la línea de flotación que ha supuesto pasar más tiempo en un quirófano que en un escenario. Como lo ignoro todo, o casi todo, no me voy a permitir la injusta frivolidad de especular con lo que haya tenido o dejado de tener, como algún colega de frágil discreción ha deslizado sin pararse a tener informes serios de algo tan delicado como la salud de una persona.

 
Con la más grande no pueden los lenguaraces, los traidorzuelos, los mamarrachos, el páncreas ni el hígado

 
Diré tan sólo que, sea lo que sea, me tiene a su lado para lo que quiera y para cuando lo quiera. Después de los malos ratos que más de un tonto y más de un arribista le han dado a una mujer esencialmente buena como ella, los que la queremos sólo esperamos que se vista con sus mejores galas y salga a la calle a patearse la vida que nos queda por delante.

Con la más grande no pueden los lenguaraces, los traidorzuelos, los mamarrachos, el páncreas ni el hígado, con que ¡a seguir peleando!
 


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