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10 de febrero de 2005

¿Quién compensa ahora a Loli?


Parece que han sido una colilla y un mechón de pelo los que han acusado definitivamente al británico Tony King de la muerte de Rocío Wanninkoff, la joven malagueña que resultó asesinada en Mijas y por la que se acusó durante un buen puñado de años a Dolores Vázquez, Loli, hoy felizmente excusada y puesta en libertad.

La investigación llevó a King de forma casual, después de saber que había asesinado a otra joven en la zona y tras comparar su ADN con el que había en el crimen de Rocío.

Todo, durante el tiempo que medió antes de desenmarañar el misterio, apuntaba a Dolores Vázquez.

Cuando digo todo, me refiero a todos los indicios, no a las pruebas.

Con indicios se la encarceló, con indicios se la juzgó y con indicios se la condenó.

Cierto que algunos eran aparentemente relevantes, pero ninguno definitivo.

El ambiente estaba en su contra: la madre de Rocío la acusaba de guardar en su interior el deseo de venganza por la ruptura de la amistad íntima que ambas mantenían.

Eso motivó a buena parte de los cronistas y de la opinión pública a creer que un odio enfermizo surgió de las entrañas de Dolores y que le tuvo que llevar, inevitablemente, a eliminar a una muchacha con la que no se llevaba bien.

No digamos al jurado popular.

Aquellos hombres y mujeres sin piedad decidieron, movidos más por el indicio que por la prueba, a dictaminar su culpabilidad.

De haber sido un juez, probablemente, el veredicto hubiera sido otro.

Pero ese debate sobre el desastre de la ley del jurado merecería un capítulo aparte; dejémoslo en el punto en el que la simple enunciación ya le deja en evidencia.

Dolores, como saben, vivió la cárcel, sabiendo que era inocente.

Duro se me antoja. Un tribunal superior dictaminó que el juicio había que repetirlo, y en esa esperanza consumió sus días bajo el dedo acusador de toda la sociedad.

De no haber sido por el descubrimiento de los investigadores criminológicos, Dolores podría seguir hoy bajo sospecha y quién sabe si con problemas: no funcionó en su día la célebre presunción de inocencia y la supuesta verdugo se transformó en la víctima propiciatoria.

A la opinión pública le cuadraba bien un final como ése: una amante despechada y malvada comete una venganza y es castigada por ello.

En esta ocasión no era cierto y ello nos lleva a preguntarnos con qué se compensa a esta mujer el catálogo de miradas y de acusaciones que sufrió injustamente.

Me temo que no hay nada que le devuelva el sufrimiento pasado.

Sólo el examen de conciencia de todos y un cierto propósito de enmienda.


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14/02/2005 8:58:23 Israel
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