Yo no sé si la Virgen de Regla habrá tenido algo que ver en el tratamiento que los americanos de Houston han practicado a su fiel Rocío Jurado, pero, visto lo visto, alguna hora extra habrá echado.

En la edición de DIEZ MINUTOS  que usted tiene en sus manos vemos a la hija más ilustre de Chipiona de rodillas ante su patrona.

Según cuenta ella misma, pidiéndole salud y dándole las gracias.

Allí está, de vuelta tras sus días de hamburguesa y medicamentos.

Parece que le espera una larga estancia en el campo --preciosa finca la suya-- y el arrobo de los suyos; parece, también, que volverá a conocer el rigor del paisaje tejano y la lenta peregrinación por dispensarios.

Un asunto de tanto rigor no se solventa rápidamente, pero nada dice que no pueda solventarse; tarda, es laborioso, poco agradable, tendente al desánimo en ocasiones, pero sólo desde la fortaleza física y anímica se le puede hacer frente.

A buen seguro que Rocío sabrá encontrar asideros en los que ayudarse a mantener esa verticalidad tan suya y que se hizo patente el día en que reunió a los medios de comunicación y, con una serenidad admirable, explicó lo que le aquejaba.

Aquel día, Rocío creció ante los ojos de muchos que podían tener una imagen desfasada de esta mujer valiente y luchadora, fiel, sincera, apasionada, leal hasta el último suspiro a sus amigos y seres queridos.

Ese día leí columnas en medios de comunicación que jamás hubiera creído que iban a dedicarle a Rocío ni una sola palabra.

Aplaudieron su sinceridad… y su aplomo.

Al poco de haberse sometido a una operación inacabable, la Jurado dejó claro que lo mejor es atacar la urgencia con la verdad.

Al poco de tratarse en EE.UU., vuelve Rocío y va derecha a sus querencias, a su pueblo, a su acento, a su santuario, a las calles de aquel pequeño pueblo tan distinto al que ahora se atiborra cada verano, calles que la vieron correr y jugar, soñar en el día en el que miles de personas se rendirían ante su arte.

La imagen de una de las artistas más internacionales que luce este país nuestro postrada ante la imagen de su Virgen no deja de ser una llamada a la esperanza, un conmovedor ejemplo de la pelea descarnada de un ser humano contra un destino repentinamente adverso.

Quiera la de Regla que la súplica que encierra esa oración sea conducida hasta el éxito absoluto.

Ese día, los que también acudimos de vez en cuando a la Virgen de Chipiona a exponer nuestro catálogo de ruegos y preguntas, acudiremos a dar las gracias por el trabajo realizado.

Entretanto, confiemos en los médicos, en su fuerza y en la justicia que, antes o después, acaba lloviendo sobre quien se la merece.