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26 de abril de 2013

Aquel rodaballo de D´Berto


Fue en Muxía. Era ese medio invierno gallego que tanto engaña. La costa era un manto negro a cuenta de la pasta alquitranada que como "hilillos" 

Fue en Muxía. Era ese medio invierno gallego que tanto engaña. La costa era un manto negro a cuenta de la pasta alquitranada que como "hilillos" soltó un buque averiado frente a las costas gallegas. Por allí andábamos un grupo de gacetilleros de múltiple procedencia cubriendo la desgracia. A pesar de la gravedad del hecho mismo -incluso siendo gacetilleros-, teníamos que comer, con lo que preguntamos a los lugareños por algún local en el que saciar la necesidad imperiosa de alimentarnos. Los pescadores nos enviaron a un lugar en plena fachada marítima que andaba a medio camino del bar y la taberna: barra y pocas mesas con manteles de papel, olor de fondo y trasiego en horas habituales. Lo escribí en alguna parte: una mesa libre, una camarera de mofletes sonrosados, un "qué quieren comer" y un "qué tienen". Y después de eso la elección entre rape y rodaballo. Era lo de aquel viejo anuncio: "La elección es sencilla, o Morales o Montilla". Los dos, claro.

De aquello han pasado varios años, tantos como lleva el Prestige en los andenes de la memoria, pero el rodaballo que trajo aquella muchacha de pocas palabras aún me perezosea en el recuerdo como una constante cosquilla. Era un rodaballo, como señalé la pasada semana cuando escribí de Elkano en Guetaria. Un rodaballo de sabor a mar, pletórico y grueso como sólo tienen los que han salido de la libertad de las aguas de aquellas tierras. Ese ejemplar he tardado muchos años en volver a probarlo, a pesar de que he arriesgado en muchas ocasiones. No hará más de un año degusté al bisnieto de aquél rodaballo de Muxía en O´Grove, costa abajo. Fue en D´Berto, el renombrado lugar cercano a La Toja, en plenas Rías Baixas. Entrar en su establecimiento supone traspasar las puertas del reino del marisco y el pescado, el paraíso secreto de los productos del mar, del mejor material que se captura en las costas gallegas. Su expositor, en la misma entrada del local, es una muestra de animales casi prehistóricos: las cigalas, sin ir más lejos, pueden medir lo que el antebrazo de un niño comulgante (aunque la local, la de la zona, es más pequeña que la que viene de tierras británicas).

Lógicamente, solicité la presencia del rodaballo en la sala. Y quise verlo antes porque ya estoy resabiado con los que prometen el rodaballo criado en los mares más salvajes para encontrarme luego con un delgaducho y pasmado elemento marino de aspecto lánguido y desmejorado, criado con pienso y en piscinas. Ese rodaballo era familia del de Muxía; a buen seguro descendiente directo. Su grosor no engañaba. Podía saborearlo a la plancha o guisado y mi elección fue la segunda. Fue, probablemente, el mejor momento del verano.

Zamburiñas, Percebes, Centollas, son de explosión de sabor. Besugos, Sargos, Pulpo también. La Empanada de centollo y mero rompe moldes. Y todo lo que no cito resulta igualmente demoledor. Posiblemente sea una de las cinco mejores marisquerías de España y no la más cara: en contra de lo que parece y a pesar de que el marisco fresco no es barato, en D´Berto no tuercen la oreja del cliente hasta que suelte todas las monedas por la boca. Por 60 o 70 euros uno puede comer razonablemente y tener la sensación de haber probado las excelencias locales.

Las filloas de postre, por cierto, eran una delicia al alcance de todos los bolsillos. Los vinos de la denominación Rías Baixas son accesibles y variados. El trato es cordial y el local agradable. Qué más se puede pedir. Si acaso pernoctar en Novavila Enoturismo Hotel, en la vecina Meis, un fascinante lugar que invita al descanso, al vino, a la evocación y al deleite como pocos. Una visita y paseo por Pontevedra completaría una "promenade" por el paraíso terrenal. 

 

 


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