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15 de octubre de 2010

Protocolizar en caliente


Hace unos meses abuchearon indecentemente a los Reyes y ninguno de los sensibles escocidos dijo ni una palabra

«UN protocolo, nos hace falta un protocolo», se dice la ministra de Defensa después de que silbaran a su ídolo político en pleno desfile de la Fiesta Nacional, como si el protocolo fuese la solución de todo. Un protocolo puede servir para que una marquesa sepa dónde sentarse —que suelen saberlo de cuna—, para que un embajador sepa cuál es su turno de intervención o para que un concejal conozca a qué problema hacer referencia en su visita a un centro vecinal. Sin embargo, tengo dudas de su efectividad si el objeto es evitar los silbidos de la siempre repugnante masa a la autoridad de turno. La ministra podría realizar el desfile en la Castellana y sentar al público en una tribuna en Vallecas frente a una pantalla gigante, o someter a los espectadores a la amenaza del uso de la cinta americana para callar bocas, o colocar inspectores entre la chusma y pedir la identificación a los abucheadores. Hay muchas ideas al respecto estos días en la prensa nacional, pero todas son de aplicación enrevesada: si un capullo quiere silbar, silbará, y vete tú a decirle cuándo puede hacerlo y cuándo no, máxime cuando te has caracterizado por ser un experto organizador de silbidos en sentido contrario. Nada, no hay nada que hacer. Hay quien dice que es más fácil cambiar al presidente que cambiar el protocolo, y puede que tenga razón.
 
No nací para ser abucheador, mi educación marista no me invita a ello. Ni siquiera he abucheado a algunos presidentes de plazas de toros que era para apedrearlos. No me gustan los abucheos, soy más amigo de los crueles silencios, pero puedo entender las broncas tabernarias acercándome a la psicología de los que dedican todo tipo de lindezas a los líderes. A ZP le pasa algo parecido, según le he escuchado. Aún así, no está bien buscar protocolos cuando eres tú al que silban o al que le mientan a la madre. Hace unos meses abuchearon indecentemente a los Reyes en una final de Copa y ninguno de los sensibles escocidos del domingo dijo ni una palabra. La propia ministra de Defensa se solidarizó con la campaña «Todos somos Rubianes» en defensa de las declaraciones groseras y extemporáneas del malogrado actor Pepe Rubianes ante las risotadas complacientes de los asistentes a un programa de TV3. Entonces nadie se preocupó del ataque indebido a los símbolos comunes. Ninguno de los hoy buscadores del protocolo perfecto ha abierto la boca durante estos últimos años ante el espectáculo bochornoso de la chusma independentista que abronca a las formaciones políticas que ofrendan unas coronas de flores a Rafael de Casanova en la Diada catalana. Lo que entonces era «libertad inevitable de expresión» hoy es «intolerable ataque a la dignidad de los símbolos comunes». Todo ello adjudicando el origen del vocinglerío a una supuesta extrema derecha que, de ser cierta en tal proporción, invitaría a huir de España en el primer avión, aunque fuese de Ryanair.
 
Si se hizo cierto ese aserto político que consiste en no legislar en caliente —que tanto les gusta decir a los miembros de este gobierno— cuando un violador mata a una chiquilla o cuando un asesino adolescente convierte a alguien en cadáver después de salir de permiso de una cárcel a los tres meses de haber sido preso, convendría tampoco protocolizar en caliente. No hay problema, podemos esperar. Total, tampoco ZP va a salir tanto a campo abierto, que se sepa.

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