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20 de junio de 2014

Dobles parejas de Reyes


Hoy ya es otro día. Dobles parejas de Reyes en el balcón. Y las algaradas, a los descartes

SE acabó el tiempo. Pitido final para toda «performance». Felipe VI ya es Rey y a estas horas, quien más quien menos, ha vuelto a sus costumbres cotidianas: comprar el pan, llevar los niños al colegio, perder un tren, montar en metro, besar a sus mayores, discutir con su pareja, buscar trabajo... Hoy viernes, la abdicación, la sanción y la proclamación ya son historia; Felipe está en su despacho trasegando papeles y todos los profesionales del alboroto, recogiendo pancartas y banderas, acariciando la espera de los años que queden para una nueva abdicación y, por tanto, para la oportunidad soñada de la proclamación espontánea de una República. Tanto trabajar para que hoy ya nadie haga caso al debate que de forma tan artificial han abierto un puñado de levantiscos debidamente promocionados, hasta la náusea, por tertulias televisivas de la Sexta o la Cuatro, o de la Cuatro o la Sexta, que lo mismo me da. Otro año será. Agentes del CNI y policías camuflados abortaron la pretensión de un puñado de sandios de cortar la Gran Vía y obligar a los guardias a actuar, con la consiguiente repercusión en las tertulias anteriormente citadas o en cualquiera de los programas pretendidamente periodísticos de ambas cadenas. Ni disfrazándose de pijos consiguen disimular su aspecto los amiguitos de la franja morada.

Ayer, en un día medido hasta el milímetro –y coincido con mi querido Pepe Oneto en que ha faltado algo de calor y teatralidad institucional–, se solventó el hecho sucesorio con profesionalidad y un cierto aire de clase media. A la hora de elegir entre la poesía discursiva y algún pasaje brillante –pero que pudiera chirriar ante la tergiversación de algunos– se optó por la corrección escénica de las ideas, por la técnica discursiva sencilla y por la narración previsible de los propósitos a largo plazo. Felipe VI no hizo el discurso de su vida, pero tal vez la pretensión fuera no hacer más que una exposición aséptica de buenas intenciones y buenas palabras. Hubo emoción en el recuerdo a sus padres, con ovaciones incluidas, pero también exceso de agua oxigenada en cada una de las intenciones. El discurso, en pocas palabras, pudo ser mejor, pero le quedan al Rey muchos años por delante para disertar sobre lo divino y lo humano, lo regio y lo ciudadano, y para deslumbrar con algún pasaje vibrante.

En el hemiciclo estaba el pueblo soberano. Cuarenta y cinco millones de españoles representados por aquellos señores y señoras que han tenido a bien elegir libremente. Y el comportamiento de la mayoría de ellos resultó ser colaborador. No estaban quienes no debían estar: fueron consecuentes y al menos no estropearon la fiesta. Pero estuvieron quienes no pueden perder la oportunidad de ser novia en la boda y muerto en el entierro. Urkullu y Mas evidenciaron el caldo turbio en el que se reblandece su tontería. Es posible que alguna bancada del Partido Socialista también quisiera ser la demostración palpable de que hay más tontos que botellines, pero me falta la confirmación plástica a estas horas de la tarde. En cambio, quedó claro que Artur Mas no quiso aplaudir las palabras del Rey. A lo que se ve, Urkullu arrancó a batir moderadamente las palmas, pero al ver al catalán con las manos en sus bajos optó por hacer seguidismo (evidenciando desbordante personalidad). El Honorable catalán entendió que no había hablado suficientemente de él y de la exclusividad del Principado y decidió comportarse como el grosero maleducado que es, como el muñeco teledirigido por los republicanos de Esquerra que ha acabado siendo. Para ese papelón, para ese protagonismo mezquino, mejor hubiera sido marcharse a ese viaje importantísimo a Estados Unidos que decía tener pendiente.

Hoy ya es otro día. Dobles parejas de Reyes en el balcón. Y las algaradas, a los descartes.


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