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Ha escrito sus aventuras como reportero en "Sobreviviendo al Miedo"

Probablemente Diego Carcedo hace dos cosas en la vida: vivir y sobrevivir. Vivir porque ha sido testigo de muchas cosas, y sobrevivir porque entre esas muchas cosas,estuvo en peligro en algunas de ellas.

Vivir cinco décadas de guerras, en Vietnam, Cisjordania, Yibuti, Nicaragua, Honduras, Uganda, Filipinas, Perú y Mali... y poder contarlas, es la forma más literal de "Sobrevivir al miedo", tal y como ha titulado su nuevo libro. Pero las bombas, es la razón menos importante para tener miedo. El miedo a la propia conciencia, es lo que a Diego Carcedo, más le aterra. Hay recuerdos que no se borran ni pasados 40 años. “Siempre mitificamos el miedo en la violencia, pero a mi me preocupa mucho más el miedo al ridículo o el miedo a la conciencia”.

Lo dice porque la conciencia le ha jugado malas noches, algunas en vela. “Los recuerdos de la conciencia no se borran fácilmente” como el que tuvo cuando se marchó del Callejón de Huaylas en Perú, donde una mujer le pidió desesperada que se llevase a su hijo porque si se quedaba moriría. “Esa historia aún me estremece”.

Peligros reales ha vivido muchos “algunos por mi culpa, por haberme confiado”. Como el que vivió en Tegucigalpa cuando le encañonaron con una pistola y aún así quiso hacerse el gallito e imponerse ante la policía corrupta.

Entre su famosa entrevista en Kampala al presidente de Uganda Idi Amín Dadá, y los bombardeos de Shaigón, hay una anécdota más casera pero no menos loca. Era el año 2014 cuando en mitad de su ingreso en el hospital por un infarto, le ofrecieron escribir una necrológica de un amigo recién fallecido. Aceptó. La enfermera pensó que estaba redactando su testamento.

- “Libera mucho” - le dice ella.

Esta última historia fue una columna en un periódico.

El resto de su vida, una leyenda. Un nombre en el periodismo. Una crónica de que al miedo, se sobrevive. 

Diego Carcedo ha sido testigo de guerras, revoluciones y terremotos. Y por suerte ha vivido para contarlo.

Un reportero frente al horror.

Durante los más de cincuenta años que Diego Carcedo ha trabajado como periodista por todo el mundo, ha pasado por situaciones de muchos tipos. Pero si algo las recorre a todas es una misma emoción: el miedo.

En Vietnam, en abril de 1975, vivió las últimas y dantescas horas de la evacuación de Saigón. El chófer que le llevaba de Nicaragua a Honduras durante la guerra del fútbol, en 1969, trató de dejarle inconsciente mientras dormía para robarle. Días después, ya en Honduras, una bala perdida se incrustó a pocos centímetros de su cabeza. En 1970, cubriendo el territorio de Áncash, con más de 70.000 muertos, el miedo se trocó en angustia cuando una mujer le suplicó que se llevara a su hijo, para que sobreviviera.

Otras veces, las razones para pasar miedo han sido, por fortuna, algo más pintorescas. En Filipinas, Carcedo se prestó a someterse a la curación de un sanador que afirmaba ser capaz de aliviar el dolor extrayendo las vísceras de sus pacientes sin dolor. En Uganda, una entrevista a Idi Amín casi se convierte en asunto de Estado a su regreso a España.