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10 de enero de 2017

Entrevista a Alberto Núñez Fernández

Entrevistado: "Alberto Núñez Fernández"

"La misión de los jesuitas en Japón era suicida"

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COPE

El padre jesuita Alberto Núñez Fernández ha asesorado a Martin Scorsese en la película 'Silencio', sobre la misión de los jesuitas en Japón en el siglo XVII. Ha contado en 'Herrera en COPE' cómo fue aquella misión y cómo ha transcurrido el rodaje al lado de Scorsese.

 

HOY

Un jesuita bilbaíno asesoró al gran director para su película sobre los misioneros españoles en Japón hace 400 años

Cuando el 8 de diciembre de 1941 las autoridades niponas encarcelaron al Padre Arrupe acusándole de ser espía, la historia no hizo más que repetirse. La relación entre Japón y la Compañía de Jesús se remonta a finales del XVI, cuando el imperio portugués y el español custodiaban la llave del Lejano Oriente. Una relación que sufrió su episodio más tormentoso en 1614, con la expulsión de los misioneros jesuitas del país. 'Silencio', la última película de Martin Scorsese, parte de este hecho. Se estrenará antes de fin de año y ha contado con la inestimable ayuda de un bilbaíno: Alberto Nuñez, jesuita y docente de la Universidad Católica Fu Jen, en Taiwán. Fue asesor religioso, puesto crucial dado el marcado carácter religioso de la cinta del genial cineasta. Basada en la novela homónima escrita en 1966 por el católico Shusaku Endo, cuenta las peripecias de dos jesuitas que viajan a Japón en busca de un misionero que se quedó. Scorsese llevaba más de veinte años con la idea de trasladarla a la gran pantalla.

¿Cómo acabó un jesuita de Bilbao en el set de Scorsese? 

En la preproducción contactaron con un jesuita americano y después hablaron con otro que había sido profesor en Sophia (la universidad de la Compañía en Tokio) y que dedicó su tesis a Valignano -misionero superior en el Lejano Oriente en esa época-. Pero hacía falta alguien en Taiwán, y acudieron a la universidad católica.

Fue entonces cuando entró en escena el jesuita vasco, que lleva tres años en la isla e imparte clases en mandarín. Nuñez trabajó con Andrew Garfield y Adam Driver, protagonistas del filme. Encarnan a dos jesuitas que desembarcan clandestinamente en Japón en búsqueda de un misionero reconvertido en monje budista, personaje que encarna Liam Neeson y que se basa en una figura histórica. Tras decretarse la expulsión, «de los 116 jesuitas que había en Japón, embarcaron todos menos 27. Llegaron rumores a Roma de que uno de esos veintisiete restantes había apostatado, tras ser torturado, y de que era ahora un monje budista», explica Núñez.

La película tiene así un fuerte tinte jesuítico y Nuñez estuvo presente buena parte del rodaje. «Tenía que estar en las escenas de marcado aspecto religioso», explica. «Tuve que estudiarme el rito tridentino, que ya no se usa, pero que los actores debían de manejar con soltura», aclara. También asesoró en «temas de vestuario» y de comportamiento en general. «Para conseguir una sensación de realismo no bastaba con la liturgia o la vestimenta, sino también con la forma de tratar con la gente». Y eso requería su presencia en el set. «A veces el día se hacía larguísimo. Podían estar de 7 de la mañana hasta las 3 de la tarde con una escena. Scorsese es un hombre muy meticuloso».

¿Qué impresión le causó?

Me pareció un artista, con mucha vocación. Vive intensamente el rodaje. Pide silencio absoluto y lo lleva a rajatabla. Si hay barullo se irrita muchísimo. Era curioso como él sólo miraba las escenas a través de una pantalla. No dirigía la mirada a los actores. Se fijaba como se veía tras la cámara.

El rodaje transcurrió de enero a mayo del año pasado en la isla de Taiwán, porque Scorsese «quedó entusiasmado con el sitio» y porque casi todos los actores secundarios eran japoneses, por lo que había que rodar cerca del país. Pero la cosa empezó mal. Un operario murió al caerse el tejado de una casa en reparación. «El accidente impresionó al equipo. Parecía como mal fario», recuerda el jesuita. Scorsese, católico por su ascendencia siciliana, le había pedido una oración para bendecir el comienzo del rodaje, pero tocó rezar un responso por el trabajador fallecido. Luego todo fue bien.

El jesuita explica como la película muestra un Japón «sin ningún glamour», a diferencia de tantas otras que ensalzan el exótico Oriente. A pesar de que el filme deja ver la «belleza salvaje del país», la mayor parte de los personajes son pobres, «lo último de la sociedad». Una pobreza «de la que se van contaminando los protagonistas». Además, tienen enfrente a unas autoridades «frías e implacable», que desempeñan una «persecución brutal» a los católicos.

En la época de la película el shogun Tokugawa Ieyasu ya había decretado la expulsión de los jesuitas -la única orden religiosa presente allí- y el cristianismo estaba prohibido. Algunos expertos cifran en 300.000 los, creyentes por lo que la encarnizada persecución mantenía en vilo a muchos japoneses: «se obligó a los cristianos a pisar símbolos religiosos delante de otros creyentes»; una humillación personal, más que una apostasía.

La película captura ese «ambiente hostil», y deja entrever una de las ideas recurrentes de la novela: Japón como una «ciénaga para las ideas religiosas». El cristianismo es hoy muy minoritario en el país, a pesar de que bien entrado el siglo XIX se abriera de nuevo sus a una fe cristiana, pero ya no cosechó el éxito de antaño.

 


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