El ex número dos regional había tratado de tender puentes con Génova
Una vez más, Esperanza Aguirre se ha convertido en el verso suelto del PP. La decisión de la presidenta madrileña de destituir al secretario general de la organización regional, Francisco Granados, causó un fuerte malestar en la dirección nacional de los populares. No solo porque, en plena celebración del triunfo de Mariano Rajoy, Aguirre pone el foco en problemas internos del PP, sino porque desde Génova interpretan que detrás del gesto de la baronesa madrileña se encuentra un nuevo desafío al liderazgo del presiente popular.
En los últimos meses, Granados había tratado de tender puentes con la dirección nacional del PP. Durante la campaña electoral se le pudo ver muy implicado en el apoyo a Rajoy y muy cerca de la vicesecretaria de organización y directora de campaña, Ana Mato. Ese acercamiento fue visto como una maniobra del número dos de la organización regional para tomar posiciones de cara al relevo de Aguirre. Y, al tiempo, como un intento del equipo de Rajoy de hacerse con el control del PP madrileño, que hoy por hoy es el único que va por libre y al margen de las directrices de Génova. El resultado fue la destitución fulminante en plena celebración de la victoria del PP en el 20-N.
El candidato de Aguirre para su sucesión siempre ha sido el vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, cuyas relaciones con Granados, permanentemente tensas, empeoraron a raíz del caso del presunto espionaje a González y a otos cargos del PP. Ayer, el propio Granados admitió que hacía tiempo que no estaba «cómodo» y que no tenía «sintonía» con González. «No me reconozco en el partido al que me afilié», llegó a afirmar Granados, que aseguró incluso que, «en el fondo», Aguirre le ha hecho «un favor» destituyéndolo. Respecto a si su acercamiento a la dirección de Génova ha tenido algo que ver en su cese, afirmó que tiene «la conciencia muy tranquila». «Yo lo que he hecho desde el primer día es matarme a trabajar, en esta última campaña trabajar como una mula para que Mariano Rajoy sea presidente del Gobierno», señaló. Granados criticó que se hiciera pasar al comité ejecutivo del PP madrileño por el «bochorno» de tener que votar su destitución, algo que, según dijo, no les hacía «mucha gracia». Aguirre forzó que esa votación se hiciera a mano alzada. Y cuatro de los 87 asistentes al comité votaron en contra de la destitución, mientras cinco se abstuvieron y 78 votaron a favor de la destitución de Granados.
La presidenta admite disensiones
La propia Aguirre admitió ayer las diferencias en el partido. «A la búlgara no hay votación ninguna. Una persona tan próxima a mí como Isabel Martínez Cubells se abstuvo. Aquí, cada uno tiene su criterio. El PP no es un partido leninista, es un partido liberal», dijo sobre la votación. Consideró «oportuno» el relevo de Francisco Granados y añadió que entre sus obligaciones está la de «procurar en todo momento dar nuevos impulsos y no permitir que el PP se duerma en los laureles».
Ignacio González evitó ayer entrar en polémica alguna.
