El 1 de Octubre 1966, dio la casualidad que Cream daría un concierto en el London Polytechnic, así que Hendrix haría que su ya establecido manager cumpliera la promesa que le había hecho. Así que ambos asistieron al show. Jimi Hendrix nunca se separaba de su guitarra excepto para dormir. Hasta sus últimos días era común verlo empuñar el instrumento y llevarlo a todas partes. Cream ofreció su show como era habitual y Chas llevó a Hendrix tras bambalinas para presentarlo con Clapton y el resto de la banda. Después de los habituales saludos, Jimi tuvo la osadía de pedir lo impensable, algo que nunca nadie antes se había atrevido a sugerir siquiera: pidió que lo dejaran palomear con Cream.
La descabellada petición fue recibida con sorpresa por los músicos. Ellos eran los dioses del Olimpo del Rock y de pronto llegaba este desgarbado muchachito estadounidense a pedir tocar con el mejor grupo de Gran Bretaña. Sin embargo, para sorpresa de todos, Jimi no fue rechazado, al contrario, los músicos aceptaron gustosos (quizás como un favor hacia Chandler a quien conocían bien en el circuito británico) y subieron a Jimi Hendrix al escenario con ellos.
Siendo que sólo había un amplificador de guitarra, Jimi preguntó si podía conectarse en el amplificador Wem de bajo que usaba Jack Bruce y tenía dos entradas de instrumento. El bajista le dio permiso y una vez que todos los músicos estuvieron conectados le preguntaron a Jimi qué le gustaría tocar. “¿Qué tal si tocamos ‘Killing Floor’?” sugirió Jimi, aludiendo al popular tema del bluesero Howlin’ Wolf. Los Cream conocían a la perfección el tema y le dijeron a Hendrix que él comenzara.
Entonces todo cambió: Jimi Hendrix, con su Stratocaster blanca, comenzó a ejecutar el tema con una velocidad inaudita, sus dedos recorrían el brazo de la guitarra como relámpagos, atacando las notas con gran precisión. Bruce y Baker de inmediato se pusieron a la altura del reto y siguieron el ritmo convocado por Hendrix. Clapton por su parte, el gran Dios británico de la guitarra, se encontraba minimizado, sudaba copiosamente pues no podía siquiera igualar la técnica y velocidad de este músico que había sido llevado hasta su templo sagrado para destronarlo. Clapton era Ícaro cayendo al vacío con las alas de cera derretidas por el sol, Goliath vencido por David.
Perturbado por esta afrenta a su reputación, el músico abandonó el escenario a media canción. Nerviosamente encendió un cigarrillo que fumaba con ansiosas bocanadas. Chandler se acercó a Clapton, quien sudando y tembloroso le espetó: “¡Tú sabías que eso pasaría!, ¡nunca me dijiste que era TAN pinche bueno!”.