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28 de mayo de 2020

«La mujer sangrienta»

El resumen de su vida es el final de su sentencia: "Nunca deberá ser liberada". 

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COPE

La sección Psicópatas, de Diego Martínez, viaja hoy a Australia para conocer la historia de Katherine Knight, "La mujer sangrienta", una mujer cruel con una infancia fue complicada, de hecho cuando solo contaba con cuatro años su padre se suicidó. Desde muy joven fue acosada sexualmente por varios hombres de su familia.

En 1973 conoce a David Stanford Kellet, compañero de trabajo y alcohólico. Cuatro años después se casaron a petición de ella. Durante su noche de bodas Katherine intentó estrangular a su marido porque no cumplió con sus amplias expectativas sexuales. El matrimonio no funcionó. David se marchó en mayo de 1976, pocos meses después del nacimiento de su hija Melissa Ann. Estaba harto de los desplantes de celos, de que le quemara sus pertenencias si llegaba tarde del trabajo.

En 1986 se une al minero David Saunders, con quien tuvo otra hija: Sarah. Compran una casa. Katherine tuvo un hogar que decoró con pieles de animales, esqueletos, machetes y cuchillos. Hizo de su dulce hogar un gabinete escalofriante de curiosidades, en el que reflejaba su personalidad sangrienta y su gusto por la violencia. Saunders, tampoco aguantó los episodios de violencia y los celos de su mujer.

Katherine se relacionó con el ex alcohólico John Chillington en 1990, con quien procreó a su hijo Eric. John tampoco corrió con mejor suerte, pues en un arranque de furia, Katherine le rompió las gafas mientras las llevaba puestas y le destrozó la dentadura postiza. Para su fortuna, Katherine lo abandonó a los pocos meses, pues ya mantenía una intensa relación con John Charles Thomas Price, quien vivía con dos de sus tres hijos, tras haberse divorciado.

MÁS Y MÁS RELACIONES

Price caía bien a todo el mundo, era un hombre de favores. Price ignoró los rumores acerca de los malos tratos que Katherine propinó a sus parejas anteriores. Además, la relación inició de maravilla, pues Katherine se mostró amorosa. En 1995 Pricey la llevó a vivir a su casa. Entonces inició una relación intermitente llena de episodios de violencia, separaciones y reconciliaciones.

El 29 de febrero de 2000, Price estuvo hasta las once de la noche con sus vecinos. Ya en casa descubrió que no había nadie; los niños se habrían ido a quedar a casas de amigos. Horas antes Katherine había comprado lencería sexy y había video grabado a los niños, mientras los conminaba a que dijeran su última voluntad, como si se tratara de un juego macabro.

Afiló las herramientas que habia usado en la carncieria y las escondió estratégicamente en algunos rincones de la casa. Luego se marchó. Regresó de madrugada y encontró a Pricey dormido. Vio un poco de televisión, se bañó y despertó a su pareja cariñosamente y luego hicieron el amor. Pasaron las horas y Price no fue a su trabajo.

Price despertó cuando su mujer lo apuñaló por primera vez. Adormilado y aterrorizado trató de encender la luz de la habitación; quizá pensaría que se trataba de una pesadilla de la cual podía despertar. Trató de escapar, corrió desesperado por los pasillos de su casa hasta la puerta de entrada, donde Katherine lo alcanzó y lo arrastró de nuevo al interior. Una vez dentro lo apuñaló otras 36 veces.

COCINADO

Una vez muerto, Katherine se dispuso a hacer lo que mejor sabía. Lo desolló metódicamente, le quitó toda la piel frontal: cuero cabelludo, el rostro, las orejas, el cuello. Esa piel desollada fue lo que los policías encontraron al entrar en la casa, colgada en la puerta que separaba el comedor de la sala. Luego le cortó la cabeza a la altura de los hombros con un cuchillo con mucho filo, con un corte preciso y limpio.

Después, Katherine cortó partes del resto del cuerpo de Price. Las cocinó y las dispuso en la mesa acompañadas con papas horneadas, calabaza, col, verduras y salsa gravy. Había tarjetas con los nombres de sus hijos, que indicaban dónde les correspondía sentarse. La cabeza fue localizada en una olla con verduras que habría hervido a alta temperatura durante varios minutos.

Katherine Knight cumple su condena en el Centro Correccional para Mujeres Silverwater, un dulce hogar donde no podrá jamás colgar sus adornos favoritos. La sentencia fue la más dura otorgada a una mujer en Australia: cadena perpetua y un archivo marcado con la frase: “Nunca deberá ser liberada”. 


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