A la pregunta de cómo había logrado vivir tanto, este hombre daba su particular receta: no enfadarse y mantener siempre una sonrisa. Algún familiar contaba a la prensa que nunca le vieron perder la calma.

Era un hombre divertido y curioso. Cumplidos los cien años seguía haciendo ejercicios de matemáticas, una de sus pasiones y hasta hace unos años cuidaba su jardín. El cultivo de bonsais era otra de sus aficiones preferidas.

En una vida tan larga hubo, claro está, momentos de vino y rosas y también de muchas lágrimas. Sirvió en el ejercito durante la Segunda Guerra Mundial y con cuatro hijos a la espalda, los años de la posguerra fueron particularmente duros.

Trabajó hasta su jubilación en el departamento japonés de Agricultura. Poco días después de ser agasajado por el Guinness empezó a sentirse mal. Fiebre y problemas respiratorios. El domingo murió en la residencia de ancianos en la que vivía.Le recuerdan estos días sus cinco hijos, 20 nietos, 16 bisnietos y hasta un tataranieto.