Si laminamos la testosterona e ignoramos los estrógenos, para la reproducción de la especie humana (de los hombres y de las mujeres, por separado por supuesto) sólo nos quedan los clones. ¡Quién sabe si es ese el objetivo de toda esta tontería!
Y, además, cambiar una actitud basada en la cultura es fácil (relativamente), pero cambiar el sustrato biológico es mucho más difícil. Por mucho que se intente, cambiar el lenguaje o una mejor educación no va a terminar con la discriminación de la mujer o con la violencia de género en un tiempo cercano. Es una dura lucha y a largo plazo. Milenios llevamos intentando no matarnos y no sólo seguimos en ello sino que nos matamos, con la pena de muerte, para obligarnos a no matarnos.
Todo lo cual no quita, ni mucho menos, el juicio moral que nos merecen esas conductas, tal como escribía Fernando Savater en El País el jueves pasado. Pero no seamos ilusos, porque en asuntos como este, que no presentan resultados inmediatos, pueden llevarnos a la desilusión y el abandono; tengamos claro que acabar con la discriminación de la mujer y con la violencia de género es labor para mucho tiempo.
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