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8 de junio de 2007

Cuando cambian las circunstancias


Las piruetas circenses con las que el Gobierno quiso justificar la excarcelación de hecho de De Juana Chaos se vuelven hoy, como un boomerang envenenado, contra los que han tomado la decisión de devolver al asesino a su sitio natural, la prisión. Han cambiado las circunstancias. Los tres etarras detenidos junto a la frontera francoespañola a las pocas horas del comunicado de la banda dando por suspendido el teórico «alto el fuego» sugieren una acción decidida de las autoridades españolas contra unos criminales que parecían perfectamente localizados. Han cambiado las circunstancias. La prohibición a Otegui para salir al extranjero a un congreso de no sé qué chorrada y la previsible suspensión de neutralidad de la Fiscalía en el proceso que tiene pendiente en el Supremo contrastan con las reuniones políticas mantenidas por los socialistas en mesa paralela y con la afirmación de estar ante un hombre de paz. Han cambiado las circunstancias. La especulación de que el Gobierno excite a la misma Fiscalía para que inicie acciones judiciales contra ANV no resiste la comparación con la argumentación indecente del fiscal general acerca del consentimiento para estar presente en las municipales a la mitad de las candidaturas de esa formación. Las circunstancias, otra vez.

Las circunstancias se resumen en el reconocimiento formal de la banda de haber vuelto a la «lucha armada», cosa que, en realidad, ya hicieron en el atentado de Barajas, pero que ahora visten de formalidad expresiva. Ese simple comunicado -del que el Gobierno tenía conocimiento aproximadamente unos tres días antes- ha hecho que se desmorone un edificio de engañifas y disimulos con los que Rodríguez Zapatero justificaba sus rodeos a la aplicación de las leyes al efecto de obtener resultados positivos en su proceso negociador con la banda.

Si De Juana vuelve a la cárcel y, de nuevo, orquesta un chantaje en forma de huelga de hambre, es altamente improbable que obtenga la misma comprensión que consiguió esta última vez. El noble propósito de «preservar la vida humana» difícilmente va a ser esgrimido de nuevo por el silente ministro Rubalcaba. Si ahora le echa valor y está dispuesto a morirse, el terrorista podrá hacerlo ante las narices de unas instituciones penitenciarias que, como mucho, le meterán una aguja por la vena y le insuflarán jamón de york debidamente licuado. Es lo que tienen las treguas, que se acaban o se rompen y te dejan en la camilla de la enfermería de la prisión con el estómago curvado y el pómulo saliente. Qué ganas tengo de leer y escuchar a todos los comprensivos comentaristas que defendían su excarcelación en virtud de inequívocas «razones humanitarias». Qué ganas de escuchar a Conde Pumpido justificar con argumentos jurídicos lo que parecen posturas antagónicas después de salir de la tintorería con las togas en la mano. Qué ganas, por otra parte, de asistir a un acto sincero de contrición por parte del Ejecutivo -sin necesidad de penitencia inmediata- y de las diferentes fuerzas políticas que le han asistido en esta ceremonia de confusión a la que algunos han querido bautizar como «proceso de paz». Qué ganas.

Las circunstancias han cambiado hasta tal punto que, ahora, quienes sólo han mostrado papanatismo ante la banda terrorista pretenden que nos creamos una puesta en escena caracterizada por la firmeza y la dignidad ofendida. No siendo momento, evidentemente, de que la única oposición desmonte las navajas del ajuste de cuentas, sí lo es de que se exija a un Gobierno de torpes que vuelva a los conciliábulos de la razón. Más allá de echarle la culpa al PP hasta de la muerte del general Prim, hay una elemental emergencia nacional que exige entendimiento con los únicos que, de verdad, les pueden ayudar en componer este disparate permanente.

El hecho de que la ETA ha


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