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4 de mayo de 2007

Lo que tapa una bata de cola


En periodismo, lo interesante es un cosa y lo importante otra. Pueden coincidir, pero no tienen por qué hacerlo de forma necesaria. Lo interesante de ayer fue que una artista sobradamente conocida pasó por el cuartelillo y, posteriormente, declaró ante el juez a cuenta de un delito de blanqueo de dinero. Una vez tomada la declaración, le fue impuesta una fianza y fue puesta en libertad, para decepción de los matarifes del matadero periodístico. Lo importante, no obstante, no era eso, aunque así lo sugiriera el impresionante despliegue de medios -generalmente audiovisuales- que cubrió la noticia. Lo interesante, ayer, servía para camuflar lo importante, bien de forma intencionada, bien merced a la más curiosa de las casualidades.

Que Isabel Pantoja fuera interrogada e imputada en la «Operación Malaya» tiene una trascendencia relativa en comparación a los delitos que se instruyen es ese alambicado sumario, pero que Batasuna vuelva a las instituciones a través de su presencia inevitada en las elecciones tiene, por el contrario, una importancia capital. No se dejen confundir: a los que les conviene que no se hable de este asunto les viene de perlas que la cantante haya sido citada curiosamente el mismo día en que José Luis Rodríguez Zapatero visitaba la comisaría de Marbella, ofrecía un mítin político y se refería a «los famosos» como el estigma del mal.

La espectacularidad de la detención nocturna -como si se fuera a escapar a Brasil con seis mil dólares en el bolso- sirvió en bandeja el espejismo: la inacción del fiscal general del Estado no ha sido la cabecera de los informativos. Sin embargo, el escándalo, la bellaquería, no está en esa comisaría tan resuelta a detener a las tantas de la noche. Está en que los etarras vayan a estar de nuevo en los ayuntamientos y vayan a tener acceso al dinero y a los datos necesarios para continuar con sus planes criminales.

El dinero, no lo olvidemos, les llegará a través de los sueldos directos e indirectos que les suministrará el Estado, y los datos y filiaciones de los ciudadanos a extorsionar o perseguir les llegarán merced a sus puestos en consistorios y cajas de ahorros. Todo ello con la complacencia del Gobierno de la nación. Con la colaboración, por pasividad, de un gobierno de la nación que no se atreve a decir la verdad: «consideramos conveniente que Batasuna canalice a través de las instituciones toda su artillería política al objeto de que no exista otro tipo de artillería en las calles; para ello, inevitablemente, hay que hacer la vista gorda y no buscarle las vueltas con el fiscal general; que se presenten, trinquen y nos dejen en paz». Ello sería discutible, pero evitaría el chusco espectáculo de disimulo y engaño, de gran teatro, al que nos somete la autoridad.

Podríamos reponerle que ETA-Batasuna ya estuvo en las instituciones y no hacía política, sino que excusaba el terror; podríamos reponerle que, una vez estén en las poltronas municipales y forales, continuarán con sus estrategias de tensión, extorsión y chantaje. Pero, al no reconocerlo, ese diálogo es imposible. ANV estará entre las candidaturas votables porque el Gobierno no ha querido que su fiscal general aproveche las evidencias que tiene para impedirles el paso. Está a punto de repetirse el mismo caso del Partido de las Tierras Etcéteras, primera entrega de la serie de concesiones que el Gobierno puso en práctica para evitar bombazos en Barajas.

Isabel Pantoja, la linchable carnaza de no pocos programas de televisión, ha sido puesta en libertad bajo fianza, pero entretanto ha servido para desviar atenciones elementales: la Policía advierte al juez de la gravedad del delito, el juez ordena la detención nocturna y luego, al cabo, todo se queda en una fianza medianita. Aquellos que creen en las casualidades no tendrán problemas de ligazón. Los q


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