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27 de enero de 2006

El síndrome Rubianes


Desconozco el contexto concreto en el que fueron hechas las declaraciones desmedidas y ofensivas de Pepe Rubianes que hoy comenta medio país, pero me extraña sobremanera que de la boca de un hombre normalmente cordial puedan salir exabruptos como esos sin haber pasado antes por el inevitable ceremonial de la cerveza caliente o del güisqui de garrafa. No reconozco en esas palabras al artista inteligente y creativo que siempre he visto en este gallego recriado en Cataluña, que ha labrado su carrera al margen de inventos prefabricados o de modas televisivas.

Pepe ha sido siempre puntiagudo y provocador, pero, a la vez, original y brillante, desternillante a veces, profundo en ocasiones, desconcertante cuando menos. El trato que yo recuerdo es el de un tipo afable y colega, nada endiosado, que hace de la normalidad su seña de identidad. Y, en cambio, va y me sale con eso de que «hay que reventar los cojones de los españoles» y otras estupideces como las que soltó en un programa de TV3 que, lógicamente, le rió las gracias y aplaudió a rabiar. No acabo de comprenderlo.

Me cuesta pensar que esté estructurando una promoción gratuita de algún nuevo espectáculo y que piense que un ruido semejante a una ventosidad mediática le vaya a proporcionar beneficio propagandístico: le tengo por más inteligente. Puede haber sido un calentón decirles a los extremeños que los catalanes les pagan la mitad del sueldo o que, más o menos, les dan de comer -como si los extremeños estuviesen todo el santo día acariciándose el escroto-; puede haber sido un calentón pedir que reviente «la puta España en la que, teóricamente, trabaja; puede haber sido un calentón manifestar su desprecio por los miles de españoles que han abonado las entradas de sus espectáculos. Puede. Pero no lo entiendo.

O ha sido abducido por esa poderosa burbuja nacionalista desde la que es imposible vislumbrar el exterior y en la que todo aire se recalienta hasta el estallido, o, lamentándolo mucho, estamos ante un imbécil de libro que ha vivido agazapado durante no pocos años. Al no creer lo segundo, prefiero considerar que es un claro caso de «Síndrome de Sant Just», descrito como aquel que se da en individuos ansiosos de superar las marcas de estulticia de los profesionales del desprecio que aparecen en la muy estupenda televisión de Sant Just d´Esvern -TV3- y que se pasan de frenada ante el regocijo general de los gestores de la excepción catalana. El desternillante Maki Navaja -¿se escribe así?- que protagonizó Pepe en la odiosa televisión de todos los odiosos españoles tenía mucho de iconoclasta, de rompedor, pero dudo que hubiese hecho suyas las palabras eructadas anteayer por su entretenedor artístico.

Un ejemplo tal de valentía antipatriotera, en cualquier caso, está por darse en los territorios últimos: cuán fácil es decir eso de España y de los españoles, pero cuán difícil decirlo de los catalanes, de los aragoneses, de los andaluces, es decir, de los que conforman España. La ventaja de decirlo del conjunto de los nacionales es que muchos de ellos pueden no querer darse por aludidos, pero si lo dice de los particulares que conforman la españolidad entonces se enfrenta al orgullo entretenido de las patrias menores, y eso se paga con otro precio. Me parece magnífico que un andaluz o un catalán desbarren improperios sobre la patria supuestamente común, pero ¿por qué no oigo a ningún catalán decir algo así sobre su patria próxima? ¿Gozaría Pepe Rubianes de la misma risotada simplista del público si dijese que «ojalá les revienten los cojones a los catalanes»? ¿Qué hace diferentes a los catalanes del resto de los españoles para que a unos les tenga que reventar la bolsa escrotal y a otros no? ¿Ese es todo el talento que es capaz de mostrar?

Será el «Síndrome Rubi


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