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27 de noviembre de 2015

El callejero justiciero


Es una cuestión de tiempo que el Ayuntamiento carmenita de Madrid le retire la calle a Dalí o a Muñoz Seca. Dando igual que uno fuera un genio surrealista aún no alcanzado u otro un soberbio creador de los convulsos años treinta españoles. O que se la retire a los cientos de seres humanos que resultaron asesinados en Paracuellos por sicarios comunistas al cargo de la «defensa» de la capital. O que se la retire al peligroso extremista asesino Agustín de Foxá, personalísimo diplomático autor de uno de los mejores relatos de la Guerra Civil titulado «Madrid, de Corte a Checa» del que tanto se ha hablado desde que algunos se propusieran destruirlo. Se acercan las elecciones generales y convienen las posturas electorales que permitan lucir determinado músculo memorialista, que hagan posible lucir una determinada y tajante voluntad de ajuste de cuentas.

La mamarrachada jurídica que supuso la zapaterista Ley de Memoria Histórica fue una efectiva manera de meter la mano en el cajón en el que andaban guardados los rencores de setenta años atrás, esos que el insoportable adanismo de unos cuantos pipiolos de edad tardía quieren recuperar para el consumo diario de los civiles de hogaño. Cuando, pasada la mitad de los setenta, se optó por poner a buen recaudo las pendencias del pasado al objeto de despegar sin cargas hacia un futuro que todos merecíamos, no era posible tener en cuenta el resentimiento retardado que iban a lucir tipos que por aquél entonces tenían muy pocos años o que, si acaso, aún no habían nacido. Con los años, al calor de la política pequeña y rastrera de un gobierno de mediocres, se decidió revivir los rescoldos casi apagados de la desastrosa primera mitad del siglo XX español, y se optó claramente por revisar cada episodio fratricida con la idea de distinguir buenos de los malos según criterios partidistas y condenar a todo tipo de destierro político a los objetores.

El PSOE de hogaño, heredero de las iniciativas del Zapatero Prodigioso, busca hoy en día afanosamente cualquier oportunidad para significarse en esa lucha y para no ceder terreno, en la medida de lo posible, al vendaval supuestamente purificador de la extrema izquierda podemista.

Véase el Ayuntamiento de Madrid, gobernado por una caterva de incompetentes gracias al apoyo del PSOE de Carmona y compañía -aunque Antonio Miguel haya sido ya orillado-, los que en teoría no iban a pactar con populares ni populistas. Secuencia de los hechos: los socialistas olisquean relevancia en el asunto del callejero «franquista» que un par de abogados ociosos han confeccionado y proponen ejecutar cambios radicales; Ahora Madrid, sus patrocinados, dicen que sí, pero a la hora de votar en pleno ven la jugada y el beneficio que quieren obtener Causapié y sus mariachis y deciden abstenerse. Todo por ser ellos los que obtengan el supuesto bonus de la iniciativa política.

El PSOE se hace la vieja dama ofendida y ve como el caramelo de borrar del callejero a Eugenio D´Ors se deshace al sol de las aceras. A los otros se la suda y, sabedores de que los socialistas no van a tener valor para removerles de donde les pusieron, se disponen a discutir cuando les convenga a ellos y cuando puedan obtener un beneficio concreto la cosa esa de las calles de un puñado de generales de entonces. Y a los amigos que les brindaron la alcaldía que les vayan dando; cosa que tienen merecida por colocar en el gobierno a unos tipos a los que, en el fondo, tanto se parecen.

El capricho absurdo costará dinero al consistorio y trámites farragosos a los vecinos de las calles en cuestión. Y la vida de los madrileños no mejorará en absoluto por ello. Pero unos cuantos políticos de pensamiento descalzo sentirán el cosquilleo del cretinismo. Algo es algo. 

 


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