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17 de febrero de 2001

Extremeños


Juan Carlos Rodríguez Ibarra está en ese determinado momento vital en el que ya dice lo que cree que debe decir y en el que le importa un pito molestar a los propios y complacer a los contrarios si así es más fiel a aquello a lo que se debe: sus votantes y su conciencia. Menos mal que hay alguno. Así se entiende que lleve algún tiempo señalando las groseras contradicciones que alumbran el ideario de Pascual Maragall y de todos los que forman su Guardia de Korps.

Ese ideario nacionalista sin tapujos le está llevando al político catalán a asumir en primera persona la figura antipática del que se cree llamado a proclamar la diferencia, y, en virtud de la diferencia, la ventaja. Así debe entenderse que Maragall y sus imitadores más cercanos, como el tal Montilla, hablen de Badajoz como el que cita un suburbio africano al que se le ha ocurrido, nada menos, ser parada de AVE (al que los catalanes nacionalistas llaman TGV, por no aceptar, supongo, que la Alta Velocidad sea «Española») en su recorrido hacia Lisboa.

¡Ay Señor! Los federalistas asimétricos deberían pensar menos en Roma y conocer mejor Badajoz. Y Cáceres. Y Mérida. Deberían aplicar ese respeto suntuario y pimposo que ellos mismos exigen cuando se habla de sus territorios. Deberían pensar que una tierra castigada largamente por la asimetría tiene derecho a negociar su agua y pedir su tren. Deberían ser más respetuosos con tantos extremeños simétricos que han ayudado a construir la magnífica Cataluña, tocho a tocho, taxi a taxi, y a los que hoy Ibarra ampara por no querer votar a un socialista iluminado que no disimula sus ganas de ser quien inaugure cada año al baile de Palacio.

Deberían, en fin, ayudar a su partido a recuperar el poder y no ofrecer tan repetidamente la imagen de «outsiders» que forman un clan de exquisitos con lengua propia que mira al resto con esa misma sonrisilla que ponían los franceses cuando se encontraban, tiempo ha, con españoles. Los extremeños, Maragall, tienen todo el derecho del mundo a defenderse de sus asimetrías de usted.


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